Sombras de un diario (Parte final)
Fecha: 11/09/2018,
Categorías:
Incesto
Autor: Esteban Jonás, Fuente: CuentoRelatos
Capítulo VII.
**
Los ayudantes del doctor venían en camino. Nuestro salvador nos desató rápidamente.
— ¿Dónde les pusieron sus armas?—preguntó el hombre del ratón.
—Están en la otra sala, con nuestras cosas—respondió mi hermano, que al igual que yo estaba aturdido todavía por el sedante y el tiempo que llevábamos amarrados a esas aterradoras sillas.
Fuimos a buscar nuestras cosas en la sala contigua. Allí estaban nuestras mochilas y nuestras armas. La adrenalina que producía nuestros cuerpos empezaba a desplazar los efectos del sedante. Nos colocamos nuestras mochilas y cargamos nuestras armar inmediatamente.
— ¡Qué está pasando aquí!—exclamó uno de los ayudantes e hizo un movimiento para sacar algo de su pantalón, mi hermano disparó su escopeta. El desgraciado caníbal estaba a unos cinco metros de nosotros, y al recibir el disparo en su cuerpo fue empujado hacia atrás con violencia. De pronto se empezó a escuchar el sonido de algo como si fuese una campana, era la alarma de ellos.
Nuestro nuevo amigo nos indicó por dónde íbamos a escapar. Al salir afuera por una de las ventanas se empezaron a escuchar tiros, todos iban dirigidos hacia nosotros. Corrimos lo más rápido que pudimos y no fuimos a resguardar detrás de unas rocas. La balacera se prendió. Nuestro amigo se colocó su mochila y a la vez que se los escucharon chillidos de ratón. Era su mascota quien se alegraba de que estuviera allí nuevamente.
—Sí nos quedamos aquí, nos van a ...
... rodear—comunicó el valiente hombre.
—Tienes razón, pero no podemos salir de aquí—agregué.
—Yo los voy a cubrir, dame tu revolver y tus balas. Yo le cubriré, después ustedes me cubren a mí.
—Está bien.
Hicimos el cambio de armas; pero en ese momento, uno de los Pirañas salió entre el monte disparando por nuestro flanco izquierdo…y…y nuestro amigo recibió un disparo en su cuerpo, él devolvió los disparos y alcanzó al caníbal en el pecho. Sentí una aflicción que recorrió inmediatamente todo mi ser. Nuestro salvador y amigo había sido herido, tal vez de muerte.
— ¡Estoy bien! Seguimos con el plan—expresó nuestro valiente hombre.
—Nos quedamos contigo—añadí, mientras mi hermano devolvía los disparos al resto de nuestros enemigos.
—La bala entró y salió, creo que agarró solamente carne. No te preocupes.
No me hizo caso, volteó y empezó a disparar con mi revolver.
—Toma, llévate mi mochila y cuidad a Pelusa, mi ratón. Me esperan en el Orinoco, por los lados de La Carioca, yo los alcanzo.
Tomé su mochila, mi hermano seguía disparando con su escopeta. Yo sentí que aquel hombre inevitablemente iba a morir.
– ¡Huid! ¡Qué esperan carajo!—nos ordenó nuestro amigo. –Si no se van, yo mismo los mato.
Mi hermano dejó de disparar, puso su mano en el hombro de nuestro salvador y dijo un “gracias hermano”. Luego empezamos a correr hacia atrás, con toda la rapidez con que podíamos. Yo iba sollozando. Me sentía indigna. Mi hermano me tenía agarrada muy fuerte en mi brazo ...