1. LA PÍCARA DURMIENTE


    Fecha: 15/11/2023, Categorías: Fantasías Eróticas Autor: alexflorentine, Fuente: RelatosEróticos

    El rey y la reina eran felices, pero por más que lo intentaban, no acababan de tener un hijo. Como tampoco tenían mucho más que hacer, se pasaban el tiempo en el dormitorio real. Hasta la servidumbre llevaba los alimentos a los aposentos.
    
    —Ay, Arturo.
    
    —Ay, Sofía. Cualquier día me matas con tus manías. Que nos dijo el curandero, que había que ponerle más esmero, no romperme el cuello.
    
    Sin conocimiento ninguno de fórmulas y posturas recomendables para conseguir tal propósito, practicaban la común, pero Sofía era muy dada a los imprevistos.
    
    —No se queje, que soy yo, mi rey, quien todo el día está sin ropa y dispuesta para usted.
    
    —Y yo encantado, mi señora, de disfrutar su desnudez.
    
    —Pues disfrute usted estos días, mi señor, porque en breve se irá el calor. Y no estoy dispuesta a coger un resfriado por estar todo el día en este estado.
    
    —Mi reina, yo creo que antes, tal y como copulamos muchos más días no serán necesarios.
    
    Varias veces al día, con normalidad después de las comidas principales porque tenían más energía, sacaban las bandejas afuera y así, nadie les interrumpía.
    
    —Señor, pero déjeme usted hacer reposo, que se queja de que le rompo el cuello y usted está siendo peligroso.
    
    —Sofía, si a estas horas estás en la cama tendida como te da la gana, soy yo quien tiene que poner el empeño y las ganas.
    
    —Es que me marea usted con tanto vaivén, y mi estómago no lo lleva bien.
    
    —Mi señora, yo intento ser comedido, pero ya sabe usted, que después ...
    ... de metido...
    
    Un día, la reina, cansada de tanta cama, pidió a su marido cambiar de lugar. Acabó sentado en su trono con su mujer delante y con intención de cabalgar. Lo miró y pidió que hiciera de rey, ordenando y mostrando su cetro.
    
    —Mi señor, déjeme ver el artilugio al que yo le doy refugio, pues usted a mí me pide que exhiba mi cuerpo, pero yo no recibo el tratamiento correcto.
    
    —Tus deseos, amada esposa, son órdenes para mí, pero ten en cuenta una cosa, después no seré misericordioso, por hacerme ahora sufrir.
    
    Así lo hizo y ella se arrodilló. Acarició arriba y abajo, y durante minutos, dejó labrado y lustrado su bastón.
    
    —¿Desea mi señor, que ahora le dé cobijo? ¿Qué intente de ese modo darme un hijo?
    
    —Esperaba de ti la pregunta, así que por favor, súbete de una vez aquí y disfruta.
    
    Comenzó a cabalgar como hace con su montura cuando quiere correr por toda la llanura. Las manos del rey amasaban el cuerpo de su reina, nunca en la vida se había comportado así. Y le gusta, mucho, tanto como para desear que no se quede embarazada en tiempo, para disfrute de su cuerpo.
    
    —Mi reina, estás poseída. Nunca te vi con esta energía. Como sigas con el galope, voy a relinchar a ritmo del trote.
    
    —Mi rey, usted disfrute y déjeme hacer mi trabajo. No piense en otra cosa, que se le nota aquí debajo.
    
    La reina clava las uñas en sus hombros, enloquece, aprieta... Y el Rey lo suelta. Extasiados, se abrazan pensando en que quizás sea suficiente por ese día, pues llevan ...
«123»