La renta (H,32) (M, 29)
Fecha: 21/04/2024,
Categorías:
Hetero
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
La mujer abre el portón y se sorprende al verme, creo que esperaba a alguien más. Lleva un vestido veraniego, suelto, con una abertura en el costado de la pierna derecha. La tela es muy delgada, no lleva bra. Los pechos y los pezones se le marcan como si estuviera desnuda.
—Buenas tardes, señora —le digo—, vengo a cobrar la renta.
La cara de la mujer se descompone.
Me invita a pasar. Veo a dos niños, como de seis años, jugando en el patio. Los tendederos están llenos de ropa, la agarré lavando. La imagen del hilo con sus tangas colgadas me perturba.
Pasamos a la sala. La casa parece un desastre. El refri está abierto, sin comida, en la mesa hay varias botellas con velas. No tienen luz. Ella se disculpa, me pide que le dé más tiempo. Me jura que en unos meses me va a pagar todo lo que debe.
Suena el timbre. Cuando se levanta la mujer, no puedo evitar mirarle el culo. Tal vez es la visita que esperaba. Escucho en el portón a otra señora grande, tal vez una vecina. Después de unos minutos la mujer vuelve cargada con algunas latas de atún y unos cartones de leche. Los coloca sobre la mesa y se sienta a mi lado. Entonces empieza la llorona: el marido perdió su empleo al inicio de la pandemia y tuvo que irse a otro estado a trabajar, no gana ni la mitad de lo que le pagaban antes. Ella no es de aquí y no tiene familiares que la apoyen. Yo soy firme, le digo que ya debe más de medio año y que si no paga hoy mismo, me voy a ver en la necesidad de enviar a algunas ...
... personas para que la desalojen.
La mujer solloza, no sabe qué hacer, su marido vuelve hasta el otro mes, no tiene internet ni saldo en su teléfono para hablar con él. Yo la dejo de escuchar, me distraigo viendo la abertura del vestido que casi le llega al muslo. Mientras ella intenta contener el llanto, contemplo su pierna desnuda cruzada, su pie y sus deditos, con sus uñitas rojas, sosteniendo la tira de la chancla. De repente siento mucho calor y burbujas en la panza, me empiezo a hacer ideas.
—Ya, ya, no llore —le digo y me siento a su lado en el sillón—, si quiere podemos llegar a otro arreglo.
Yo pongo mi mano sobre su rodilla.
La mujer se estremece como si la hubieran electrocudado. Me quita la mano de la pierna. Me mira con desprecio.
—Bueno, esa es la única forma en que la puedo ayudar —le digo.
La mujer agacha la cabeza por un momento. No dice nada. Se levanta y va al patio de la entrada. Recoge algunos juguetes y los pone en una cubeta. Se lleva a los niños al patio de servicio y les da los jugutes. Les dice que juguen ahí y que no entren. Les cierra la puerta de la cocina con seguro y regresa. Se dirige al pasillo, abre una puerta y me voltea a ver. Yo la sigo. En la cama matrimonial hay una montaña de ropa recién lavada, ella se sienta en una esquina y espera. Yo me acerco, ella se acuesta y cierra los ojos. Yo me agacho y le quito las chanclas, le acaricio los pies. Después le desato las cintas de su vestido, queda semidesnuda, a mi merced. Tiene ...