CONTRICIÓN
Fecha: 03/11/2018,
Categorías:
Dominación / BDSM
Autor: lib99, Fuente: RelatosEróticos
–Adelante, pasa hija mía.
Mercedes susurró un “gracias” y entró en la sacristía, seguida por la mirada del Padre Julián, que admiró su espléndida anatomía, pese a la delgadez que delataban las holguras del vestido. Éste, de una pieza, tela liguera, color discreto, manga corta y falda hasta la pantorrilla –sin duda su mejor vestido, reflexionó el sacerdote, pese al desgaste de los años–, se ajustaba a sus caderas insinuando un trasero rotundo y algo respingón. El padre Julián experimentó una punzada de excitación, deleitándose en el involuntario pero armonioso balanceo de aquellas caderas al caminar.
La mujer se sentó al borde de la silla que el padre le indicó, sin apoyarse en el respaldo, como queriendo indicar lo fugaz de su visita, no pudiendo disimular una evidente tensión en la rigidez de su cuerpo. Don Julián se acomodó frente a ella, en la labrada y un tanto ostentosa silla de madera que quedaba enmarcada entre sendos retratos del Caudillo y José Antonio, colgados en la pared junto a cruces, vírgenes y santos.
Sentada, la falda permitía ver las rodillas de Mercedes, muy juntas, punzando la imaginación del sacerdote, quien mentalmente se introdujo por el pequeño triángulo sombreado que la tela dibujaba sobre ambas piernas, fantaseando con la suave y prieta carne de los muslos enfundados en la oscura tela de las medias. Palpó mentalmente los bordados de la ligas, siguió las tiras del liguero hasta el borde de la braga y se embriagó con el fuerte aroma que ...
... emanaba el coño envuelto en la delicada prenda, jugueteando entre los rizos del pubis con sus imaginarios dedos.
Apartó súbitamente la imagen para evitar la inminente erección y centró su atención en la esquiva mirada de la mujer.
–¿Y bien, hija? ¿En qué puedo ayudarte?
–Verá, padre –las palabras salieron con dificultad de su seca garganta–… Es por Alberto.
–¿Mmm…?
–Como usted sabe, mi marido se encuentra cumpliendo condena desde hace tres años –las palabras parecieron dañarla al pronunciarlas.
–Sí, hija mía. Todos debemos afrontar la responsabilidad de nuestros actos.
La cohibida mirada de Mercedes se fijó, de repente, en el sacerdote, mostrando un destello de ira. Reacción que sólo duró un instante, retomando de nuevo el tono humilde, casi humillado.
–Se encuentra muy débil. Está enfermo, y no sé cuanto tiempo resistirá en esas condiciones.
–Bueno, bueno, Merceditas. Tampoco es cuestión de quejarse. Recuerda que le habían condenado a muerte, y la benevolencia de las autoridades le conmutó la pena.
–¡Por treinta años de trabajos forzados! –Clamó ella con desgarro–. Es injusto, padre, mi marido es inocente.
–Alberto es culpable de rebelión –los rasgos del cura se endurecieron.
–Mi marido es un simple maestro –la réplica de Mercedes destiló impotencia–. Su mundo eran los niños y la enseñanza. No ha hecho mal a nadie.
–El mal estuvo en aliarse con los enemigos de Cristo y de la patria.
El implacable tono inquisitorial del vicario forzó a ...