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El lugar del esposo
Fecha: 07/05/2025, Categorías: Infidelidad Tus Relatos Autor: Pareja, Fuente: Relatos-Eroticos-Club-X
Título: El lugar que me corresponde Desde el primer momento en que ella me confesó que fantaseaba con otros hombres, supe que algo en mí había cambiado. No sentí celos… sentí una excitación que me quemó las entrañas. El solo hecho de imaginarla con otro me dejaba duro como una piedra. Desde entonces, cada vez que salíamos, no podía evitar observar cómo otros la miraban, cómo ella les devolvía la sonrisa. Mi mujer sabía exactamente lo que hacía. Y esa noche, por fin, sucedió. Yo estaba en casa, preparando el cuarto de huéspedes como habíamos acordado. Sábanas limpias, vino en la mesita, luces tenues. Me sentía como un sirviente emocionado, esperando al rey que venía a coronar a mi reina. Cuando abrió la puerta, venía tomada de la mano de él. Un hombre alto, moreno, de mirada intensa. Sin decir palabra, me miró de arriba abajo, luego a ella, y le dio una nalgada. Ella soltó una risa y me dijo: —Ve al rincón, amor. Hoy te toca mirar. Obedecí sin chistar. Me senté en el pequeño banquito frente al espejo, como tantas veces lo habíamos ensayado, pero esta vez no era fantasía. Esta vez era real. Ella se desnudó lentamente, sabiendo que ambos la mirábamos con hambre. Cuando quedó completamente desnuda, se subió a la cama a cuatro patas, arqueando su ...
... espalda con una provocación tan descarada que casi me hizo venirme solo. Él se desnudó sin apuro, como si ya supiera que era el dueño de la situación. Subió a la cama, la tomó por las caderas y la empujó sin siquiera avisar. Ella gritó de placer. —Así… ¡sí! —jadeó, volviendo la cara hacia mí—. Mi amor… me están cogiendo el culito… como te gusta… Sentí que mi verga latía dentro del pantalón, atrapada y dolorosamente dura. No podía tocarme, no hasta que ella lo dijera. Solo podía mirar cómo su cuerpo temblaba con cada embestida, cómo sus uñas se clavaban en las sábanas, cómo gemía mi nombre entre sus jadeos… no porque yo estuviera dentro de ella, sino porque sabía cuánto me excitaba verla así: sucia, salvaje, completamente poseída por otro. —¿Te gusta mirar, mi cornudito? —me dijo con una sonrisa traviesa, con la voz temblando de placer—. Te encanta ver cómo me destruyen, ¿verdad? Yo solo asentí, la respiración descontrolada. Era más que excitación… era adicción. No había nada que me hiciera sentir más vivo que verla entregada, sin vergüenza, sabiendo que yo la amo tanto que la comparto… y que ella me recompensa con cada mirada húmeda, cada gemido, cada orgasmo que le arranca otro hombre mientras yo la venero desde el rincón. Y ahí entendí… ese era mi lugar.
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