Mi adolescencia: Capítulo 42
Fecha: 01/01/2019,
Categorías:
Gays
Autor: Adolescente, Fuente: CuentoRelatos
... si a los tíos les pusiese que les diesen caña y que les negasen las cosas, porque en ese momento se envalentono y con brusca violencia me giró, me bajó los pantalones, se bajó los suyos y empezó a penetrarme por detrás en plan perrito con lujuria mientras tocaba mis pechos por encima de la camisa. Puedo decir que eso no duraría más de 20 segundos, no más, fue solo un momento, un subidón adrenalítico que le nubló y cegó por completo, hasta el punto que dejó de penetrarme e intentó hacer que me agachara para que le hiciera una felación. Eso me encabritó bestialmente y le espeté un sonoro: “Joder, no”. Él se asustó. Primero por el tono algo en que le grité y segundo porque no suelo decir nunca palabrotas. Di al botón del ascensor, salí de él y le dirigí una mirada dolida mientras le decía: “No quiero volver a verte nunca. Nunca. Lárgate. Adiós”.
No podría describir por lo que pasé los siguientes minutos. Porque me encerré en mi cuarto, me quité la dichosa camisa de Jennifer y la tiré lejos. Quería llorar. Pero no pude. No sé porqué pero no podía llorar. Solo tenía rabia, cabreo, frustración y ganas de machacar a todo lo que había alrededor. Y Lo que más me fastidiaba de todo esto es que, por mucho que intentaba quitármelo de la cabeza, yo justificaba en cierta manera a Iñigo porque yo había entrado en ese juego fetichista. Me obligué a no pensar más en ello. Esa tarde no quería darle más vueltas. Sabía que ese incidente era un punto de inflexión en mi relación con Iñigo. No ...
... sabía si rompería con él para siempre. En esos momentos lo deseaba, pero era más mi orgullo herido el que hablaba más que mi corazón. Por lo que sabiamente tomé una decisión acertada: distraerme con todo lo que pudiera. Por lo que me puse a escuchar música, a ver una película en DVD, a navegar por Internet, a llamar a las amigas por teléfono para charlar, etc. Cuándo me quise dar cuenta había pasado todo el día y el incidente de Iñigo en el ascensor apenas era un ínfimo recuerdo desagradable. En ese momento tomé otra acertada decisión: cenar y acostarme. Y, contra todo pronóstico, me dormí enseguida sin darle muchas vueltas a la cabeza. Puede que solo tuviese 18 años, pero ese día demostré una madurez asombrosa.
Al día siguiente al levantarme para ir a clase seguía un poco molesta por lo del día anterior pero me obligué a no pensar en ello a lo largo de todo el día y hacer una vida normal como si nada hubiese pasada. No pensaba en Iñigo y no me planteaba ni llamarle ni volver a quedar. Pero al llegar de clase a mi casa algo iba a desquebrajar mis planes de seguir pasando de él, porque me encontré un bellísimo, inmenso y gigantesco ramo de flores con una tarjetita que ponía: “Lo siento mucho de corazón. No se volverá a repetir. Te lo aseguro. Siempre las cosas se harán conforme las planeemos los dos. Besos”. Sé que suena muy cursi y hasta infantil que esas palabras me afectasen, pero vaya que si me afectaron, porque me hizo muchísima ilusión ese precioso ramo y más ilusión ...