Nines
Fecha: 01/03/2019,
Categorías:
Erotismo y amor
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... puede decirse, apareció una doncella de uniforme negro y delantal y cofia blancas, a la que la “madam” indicó me condujera a la suite de la señorita Elisabeth, y a mí, que siguiera a la muchacha, al tiempo que me sugería
D. Antonio, acompañe a la muchacha; enseguida estará con usted la señorita Elisabeth… Por cierto, ¿no le gustaría hacerle un regalito a la señorita? Seguro que le gustará y sabrá agradecérselo
Lo pensé unos segundos y me dije: “Y porqué no”; en fin, que volví al mostrador de recepción, mirando el surtido de “regalos” que la arpía de “madam”, mas untuosa que nunca, me señalaba. En realidad, toda esa colección de bagatelas estaba expuesta sobre el mostrador, en su cabecera, flores pero no en ramos, sino sueltas, estuchadas al vacío en celofán, adornadas por un lacito. Por lo primero que me decanté fue por una flor…“Al partir, un beso y una flor”, una camelia, y la típica caja de bombones; luego, cuando ya me retiraba de aquél mostrador, recibidor o recepción, mis ojos cayeron, casualmente, en un perrillo de peluche, majísimo; muy, muy, gracioso, con unos ojos la mar de tristes; la verdad es que, en cuanto le vi, se me metió muy adentro y es que, en cierto modo, me veía a mí mismo reflejado en lo triste de esos ojos.
Por fin, siguiendo a la fámula a través de un pasillo alfombrado en rojo a cuyos dos lados se abría toda una serie de puertas me vi en una habitación cuyo acceso mi guía me franqueó tan pronto nos vimos a su entrada diciéndome mientras se ...
... marchaba.
En unos minutos estará con usted la señorita.
Quedé solo en la habitación, junto al umbral de la puerta, paseando la vista por toda la habitación, en su conjunto. La verdad es que estaba muy bien montada, una cama de metro cuarenta, metro cincuenta, enorme, con sus mesillas, una banqueta, amplia, a los pies de la cama, como descalzadora, la típica cómoda con su espejo y dos butaquitas más el armario de cuatro cuerpos, todo en madera noble, nogal, diría yo; el suelo también en madera, roble, cómo no, aunque casi por entero cubierto de gruesa alfombra en que se hundían pies y zapatos y las paredes enteladas en rosa pálido. Por cierto que, sobre una mesita de noche, campeaba un cubo enfría-botellas, con la prometida botella de champán, abrigado su cuello con la típica servilleta, y dos copas altas, tipo flauta.
Una vez visto, ojeado todo, crucé la estancia yendo a sentarme en una de esas butaquitas, al fondo de la habitación, quedando así en cierta penumbra, y esperé, no un tanto, sino bastante nervioso. Pero la espera no fue larga, escasos diez, doce minutos; algo más, tal vez. Apenas si la reconocí, salvo por su voz. Vestía una bata en satén negro, en seda, hasta los pies, abierta de arriba abajo y por un cinturón hecho de la misma seda que la bata, seda esta que más liviana, más sutil, imposible fuera, pues con toda franqueza pregonaba que, bajo la bata, sólo una exigua braguita cubría la integral desnudez del femenino cuerpo, dejando entrever con meridiana ...