Ari: Prisionero de Mi Piel IV
Fecha: 29/09/2025,
Categorías:
Transexuales
Tus Relatos
Autor: EntreLineas, Fuente: Relatos-Eroticos-Club-X
... Ari si ese tipo te vuelve a molestar avísame y le digo a mi tío que es policía.
(Camila siempre había sido dulce conmigo, me trataba como a un hermano, sin sospechar jamás la tormenta que yo llevaba por dentro.)
Asentí débilmente, fingiendo que tenía razón. Pero dentro de mí, sabía la verdad: Jordan no me molestaba por ser débil… sino porque ya me había atrapado.
Esa noche, mientras me arreglaba en mi habitación, escuché un silbido desde afuera. Me asomé un instante… y ahí estaba, en la vereda, con los brazos en alto, como si celebrara haberme atrapado en su juego.
—¡Ahí estás, princesa! —dijo en voz baja, pero firme, suficiente para que solo yo lo escuchara.
Cerré la cortina de golpe, con el corazón en la garganta.
—No puede ser… —susurré para mí misma, llevándome las manos al rostro.
Me sentía perseguida, vigilada, como si él pudiera atravesar mis muros en cualquier momento, pero me sentía empoderada por haberle cerrado la cortina de golpe, ese acto me hizo sentir seguro y que ya le podía hacer frente, pero todo fue una ilusión.
Apenas unos días después. Yo había salido solo a la tienda. Caminaba lento, mirando el celular, cuando sentí su sombra ...
... cubriéndome.
—Ya basta, Jordan… —dije en un hilo de voz pero fuerte, sin detenerme.
Él me tomó suavemente del brazo, sin violencia, pero con una firmeza que me paralizó.
Y mis miedos, dudas e inseguridades que pensé que las había superado regresaron de golpe y multiplicadas por mil.
—No, princesa… no basta. —Su tono sonaba como una sentencia—. ¿Sabes por qué? Porque cada vez que tiembla tu voz, cada vez que bajas la mirada, me das más razones para no dejarte.
—Yo… yo no puedo… no soy como tú crees… —mis ojos se llenaron de lágrimas.
Jordan me levantó el mentón con un dedo, obligándome a mirarlo.
—Claro que lo eres. Y aunque llores, aunque supliques, ya no puedes escapar de mí.
Negué con la cabeza, el pecho oprimiéndome, los labios temblorosos.
—No… no digas eso…
Él sonrió, inclinado sobre mí, su voz grave resonando en mi oído:
—Tú eres mía, Ari. Tarde o temprano vas a aceptarlo. Y ese día, vas a suplicar… no que me detenga, sino que nunca te deje.
Yo quedé muda, con el alma hecha pedazos, atrapada entre el miedo y esa vergüenza ardiente que me carcomía. Sentí que ya no podía escapar, que sus palabras se habían convertido en cadenas invisibles que me ataban a él.