1. Ari: Prisionero de Mi Piel VIII


    Fecha: 03/11/2025, Categorías: Transexuales Tus Relatos Autor: EntreLineas, Fuente: Relatos-Eroticos-Club-X


    Ya no sé en qué momento cedí tanto. Quizás fue la primera vez que acepté dejarlo quedarse más de lo debido. Quizás fue cuando me pidió una copia de las llaves de la casa y, sin pensar, la hice. Ahora Jordan ya no toca la puerta: entra cuando quiere, como si este lugar también le perteneciera.
    
    Yo debería sentirme invadida… pero en lugar de eso, me descubro esperándolo. Me levanto temprano, me baño, me visto con mis pijamas cortitos, lenceria, me perfumo, me arreglo el cabello como si fuera a salir a una cita. Preparo café, huevos, pan… desayuno para los dos. Me siento como una esposa esperando al marido, y esa idea me hace sentir entre la culpa y el placer.
    Cuando lo escucho entrar, fuerte, seguro, con esa voz gruesa saludando como si ya viviera aquí, mi corazón late como loco.
    —Buenos días, Ari —dice, tirando la mochila al sofá como si nada—. ¿Ya me extrañabas?
    Siempre niego con la cabeza, aunque sé que él adivina la verdad.
    
    —No deberías venir tanto… mi mamá podría sospechar.
    Él se ríe, me da un beso rápido en la frente y me palmotea mi gordo trasero como si fuera suyo.
    —Relájate. Ella ni cuenta se da. Además… tú ya me esperas como si fuera tu marido ¿o no? - aduciendo a mi vestimenta que era solo un cachetero de encaje y un polo que me regalo Jordán que me llega hasta mis rodillas, ya se imaginaran por que ya que Jordán mide como 1.90 y sus polos son grandotes.
    
    Me quedo callada. Él disfruta mi silencio.
    Después del desayuno, siempre lo mismo: me arrastra a ...
    ... mi habitación, a mi cama, donde ya siento que la historia de mi vida se está escribiendo entre sábanas desordenadas. El resto del día lo paso entre sus brazos, escuchando su risa grave, dejándome llevar por su fuerza, por su calor.
    Y, cuando se va, la casa queda vacía… como yo. Me tumbo en la cama y abrazo la almohada, oliendo aún a él, y me invade esa mezcla de tristeza y vergüenza. ¿Cómo puede ser que un chico de diecinueve años me tenga así, tan sometida, tan pendiente de cada visita?
    Me repito que tengo veinticinco, que soy mayor, que debería imponer respeto. “Soy su mayor”, me digo frente al espejo. “Debo ponerle un alto”. Pero apenas lo veo aparecer en la puerta de mi cuarto, con esos hombros anchos y esa sonrisa altanera, mi voz se quiebra.
    Él se me planta enfrente, enorme, y me basta alzar la mirada para sentirme diminuta. Para darle un beso tengo que ponerme de puntitas, y aun así no llego: tiene que inclinarse, reírse de mi esfuerzo, y a veces, simplemente, me levanta con sus manos grandes agarrándome de la cintura o de las nalgas, haciéndome colgarme de su cuello como si fuera un muñeco en brazos de un gigante. Y en ese gesto… me rindo.
    A veces quiero ponerme firme, mostrar carácter, pero me basta con que me mire fijo, con que me diga:
    —Ven acá, mujer…
    y mi cuerpo ya obedece antes que mi mente.
    En esos momentos me pregunto: ¿cómo es posible que alguien de diecinueve años me domine tanto?
    Me odio un poco por sentirme así. Me torturo con la idea de que soy ...
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