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Ari: Prisionero de Mi Piel IX
Fecha: 03/11/2025, Categorías: Transexuales Tus Relatos Autor: EntreLineas, Fuente: Relatos-Eroticos-Club-X
Últimamente me cuesta dormir. No porque Jordan no me deje descansar —aunque su presencia siempre altera mi rutina—, sino porque las palabras de los vecinos han llegado a los oídos de mamá. El otro día, al llegar del trabajo, me miró con sospecha: —Ari, ¿quién entra a la casa cuando yo no estoy? Los vecinos dicen que escuchan bulla, risas… incluso música fuerte. Sentí que se me iba el alma al piso. Me limité a bajar la cabeza, a fingir que no entendía. —No mamá, seguro se confunden… yo casi ni salgo de mi cuarto. Ella frunció el ceño, pero no dijo más. Aun así, sé sospecha algo. Esa semilla de duda ya está sembrada en mi madre. Jordan, por su parte, actúa como si nada. Entra a casa con la copia de la llave que yo misma le di, se pasea por la sala, por mi cuarto, como si fuera dueño de todo. A veces llega hasta con amigos, aunque no los deja pasar, solo habla con ellos en la puerta. Eso me da pánico: ¿y si mamá aparece antes de tiempo? ¿Y si alguien comenta más de la cuenta? Y sin embargo, cada vez que me acaricia, cada vez que me toma de la cintura y me obliga a mirarlo a los ojos, olvido mis miedos. Me convierto en lo que él quiere: su mujer, su refugio, su sirvienta voluntaria. Jordan no trabaja, no estudia. Vive el día. Y yo… yo financio sus días. Empezó con pasajes: —Ari, préstame para el bus. Te lo devuelvo mañana. Nunca devolvió nada. Luego ropa: —Necesito unos jeans ...
... nuevos, mira cómo están estos. ¿Me ayudas, amor? Yo sacaba mi tarjeta sin pensarlo. Soy contador, gano bien, mis clientes me valoran. En mi trabajo todos me respetan, confían en mí. Pero en casa… en casa soy otra persona. Aquí me dejo vaciar poco a poco por un chico de diecinueve años que se ha vuelto el centro de mi mundo. Lo peor fue la moto. —Préstame para la moto, Ari. Te lo pago en cuotas. Es que… quiero moverme mejor, venir más rápido a verte. Esa última frase me derritió. Quería que viniera, que llegara más seguido. Y sin pensarlo, lo hice: le compré la moto. Firmé como si fuera para mí, con mis ahorros. Y aunque en el fondo sé que jamás me lo va a devolver, me repito la mentira: “es un préstamo”. A veces me miro al espejo y me doy asco. —Tengo veinticinco —me reprocho—. Soy su mayor, debería ser yo quien mande. Pero luego llega él. Y cuando me sonríe, cuando me hace agachar la mirada con solo un gesto de la mano, cuando me alza de las caderas y me obliga a colgarme de su cuello para besarlo, todo orgullo se me derrumba. Me siento diminuta, suya, atrapada. Me odio por darle dinero, por sostenerlo. Pero en él fondo lo hago con gusto, porque sé que si no lo ayudo, quizás deje de venir. Y la sola idea de un día sin Jordan me vacía el pecho. Y mientras tanto, mamá sigue preguntando con esa voz seria: —Ari, ¿qué pasa en esta casa cuando yo no estoy? No sé cuánto más podré esconderlo.
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