1. Ari: Prisionero de Mi Piel X


    Fecha: 03/11/2025, Categorías: Transexuales Tus Relatos Autor: EntreLineas, Fuente: Relatos-Eroticos-Club-X


    Jordan no tiene límites. O tal vez soy yo quien no sabe ponerlos.
    
    Primero fueron los pasajes, después la ropa, luego la moto. Y ahora… la tarjeta.
    —Ari, ¿me das una tarjeta tuya? —me lo pidió como quien pide un vaso de agua. Ni siquiera fue una súplica, fue una orden disfrazada de cariño.
    
    —¿Para qué? —atiné a decir, aunque ya sabía la respuesta.
    —Para mis gastos. Tú no sales mucho, ni gastas. Yo si tengo gastos y no quiero estar pidiéndote cada vez que necesite algo, después te lo pago.
    
    Mentira. Sabía que nunca me pagaria nada. Y aun así, sin pensarlo dos veces, fui al banco y saqué una adicional a mi nombre. La guardé en un sobre y se la entregué una tarde, en mi cuarto.
    Jordan la tomó con esa sonrisa de superioridad que me desarma. Me acarició el rostro, me besó en la frente como si fuera un premio. Y yo… yo me sentí agradecida. Agradecida de que aceptara mi sacrificio.
    Con esa tarjeta empezó a moverse distinto. Ya no solo venía a verme, también desaparecía por días. Cuando volvía, con el aroma de perfume ajeno, con mensajes que lo hacían sonreír mientras estaba conmigo, yo sabía la verdad. Sabía que se gastaba mi plata en salidas con otras, en “amigas” de esas zorras interesadas.
    
    Y sin embargo, cuando lo enfrentaba, él me miraba a los ojos y decía:
    —Tú eres la única, Ari. ¿No lo ves? ¿Con quién más paso mis ...
    ... días? ¿Quién me abre las puertas de su casa, de su cama?
    Y yo me lo creía. O quería creérmelo. Porque, aunque en el fondo supiera que compartía a ese hombre con otras, mi corazón se aferraba a la idea de ser “la verdadera”. La que lo espera bañada, con lencería, la que le prepara la comida, la que lo acoge en su cama.
    Trabajo como contador, me esfuerzo todos los días, gano un sueldo que muchos envidiarían. Y sin embargo… todo lo que gano es para él. Para su moto, su ropa, sus caprichos, ahora hasta para sus otras mujeres. Yo, con veinticinco años, vivo para mantener a un chico de diecinueve que ni siquiera me respeta como mayor, que me trata como si fuera su pertenencia.
    A veces me miro al espejo y me pregunto:
    —¿Cómo puede dominarme tanto alguien más joven? ¿Cómo puede hacerme sentir tan pequeña, tan diminuta?
    Pero basta con que llegue, con que use la copia de mis llaves, con que me encuentre esperándolo en baby dolls en mi cuarto… para que todo mi enojo desaparezca. Basta con que me alce con sus manos grandes y me obligue a mirarlo desde arriba, colgada de su cuello, para que mi dignidad se rompa en pedazos.
    
    Lo sé todo. Sé que gasta mi dinero en otras. Sé que me miente. Sé que me utiliza.
    Y aun así, cada vez que abre la puerta con mis llaves, siento que la casa vuelve a tener vida.
    Soy suya. Aunque duela admitirlo. 
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