En olor de santidad
Fecha: 07/05/2019,
Categorías:
Transexuales
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... de apartamentos, de modo que aunque el conserje sí le hubiese reconocido nunca habría dado muestra de ello.
Discreción. Una palabra que había acompañado a su eminencia a lo largo de su fulgurante y exitosa carrera en el seno de la Iglesia. Desde sus ya lejanos años de estudio en el seminario, cuando su evidente atractivo y viril carisma le facilitaron tomar posesión de la mayoría de los culos de sus compañeros. Ninguno se le resistía. Cuando el joven Antonio María decidía clavar su verga en uno de aquellos velludos anos nada podía evitarlo. Un talento que continuó y se acrecentó una vez vistió la sotana. Su ascenso en el escalafón eclesial, dirigiendo parroquias de creciente importancia –la protección de que disfrutó desde importantes sectores dentro y fuera de la Iglesia siempre fueron poderosos-, vino en todo momento acompañado del constante disfrute de todo tipo de culos masculinos.
Hubo también, todo hay que decirlo, algún que otro esfínter femenino ensartado, hecho inevitable habida cuenta del revuelo que el atractivo párroco generaba siempre entre las mujeres de su feligresía, pero sus preferencias se inclinaba de manera incontestable hacia oscuros anillos de carne acompañados de colgantes atributos masculinos. Juveniles anos seleccionados entre aplicados catequistas, piadosos seminaristas o leales diáconos, y maduros esfínteres de comprometidos padres de familia siempre dispuestos a colaborar con la parroquia…
Culos, culos, culos… siempre de otros, pues ...
... Monseñor era, por supuesto, un sodomizador activo, un hombre, un auténtico macho, y no uno de esos afeminados sodomitas a los que en el fondo despreciaba, achacándoles una debilidad intrínseca al carácter femenino que en el fondo, pensaba, subyacía en sus entrañas, redoblando con ello la sádica excitación que le poseía a la hora de penetrarlos.
Culos, culos, culos… un universo de culos había alojado la herramienta de Monseñor. Sin embargo, todos ellos, masculinos y femeninos, palidecieron en su interés desde la primera vez que penetró a un transexual. Un placer exquisito, una sensación sin parangón. Esas grandes y redondas nalgas femeninas abriéndose como una flor para mostrar el carnoso cráter desde el que se descuelga el saco testicular acompañado del pene, apuntando en la misma dirección que las hormonadas tetas. Sentir tu polla atravesando sus entrañas, agachada a cuatro patas delante de ti mientras tus manos sujetan sus glúteos que empujas con virulencia o sentada a horcajadas sobre tu abdomen, observando en un espejo como su miembro se balance, golpeando los muslos al ritmo circular de sus caderas mientras sus testículos sacuden los tuyos.
Sí, tras deleitarse con tal néctar los demás carnales placeres le dejaban frío, insatisfecho. En nada podían compararse a las sensaciones que experimentaba con aquellos híbridos seres. Y ninguno de ellos le había marcado como Iliana… en más de un sentido.
Aquella sesión junto a Benigno –pobre, sin las poderosas defensas del ...