1. Manuela y su complaciente marido (2)


    Fecha: 10/09/2019, Categorías: Infidelidad Autor: murgis, Fuente: RelatosEróticos

    Apenas se hicieron las tinieblas, la mano del joven barbudo, muy dueña de si misma… y del coño de Manuela, volvió a las andadas, haciendo esfuerzos denodados por quitarle las bragas. Era una tontería porque le hubieran quedado a medio muslo, imposibilitándola para abrir las piernas tanto como ahora. Así que se las dejó enrolladas, hechas un guiñapito, a la altura de las ingles, decidiendo atacarla desde el norte.
    
    Dijo el joven barbudo, que tenía pelos en la barba, pero no en la lengua:
    
    - Saca más el culo del asiento, que no puedo tocártelo bien.
    
    La estaba poniendo a cien, a mil, a diez mil.
    
    Lo sacó.
    
    - Abre más las piernas
    
    Imposible, las tenía separadas de par en par.
    
    - Quiero follarte.
    
    Eso estaba clarísimo.
    
    - Dime, como y cuando podemos vernos.
    
    Eso si que no, no pensaba decir ni mú.
    
    - Me encanta tu coño…
    
    Alfredo, que lo estaba viendo y oyendo todo, le preguntaba, ansioso:
    
    - Te está haciendo algo?
    
    - Si
    
    - El que?
    
    - Luego te lo digo.
    
    - Te molesta?
    
    - No
    
    - Te gusta?
    
    - Si
    
    - Lo estas pasando bien?
    
    - Siii…
    
    En ese momento, el joven barbudo cogió la mano de Manuela y se la puso debajo de su chaqueta. Ésta estaba impaciente por tocársela a su joven acompañante, que en ese momento la estaba masturbando descaradamente. Seguro que se movía toda la fila. Seguro que Alfredo se estaba dando cuenta. Pero ahora su vecino y compinche paró un momento la otra mano, sin duda para que saborease mejor del aterrizaje de la suya ...
    ... sobre la bragueta.
    
    También el había abierto mucho las piernas y ahora le extendió la mano entera sobre la pretina. La tenía doblada – como una serpiente pitón – pensó ella y muy dura y muy tensa. Le hizo desabrocharle la cremallera, los botones superiores del pantalón y el cinturón, dejando el peludo vientre a su disposición por unos momentos. Luego, le puso la mano otra vez, por encima del miembro, ahora por encima de los calzoncillos... y en seguida le obligó a meter un dedo por la abertura lateral. Que dura y calentita la tenía. Que grande y hermosa.
    
    No pudo más y liberándose de la mano carcelera introdujo, ya de motu propio, la suya en aquel nido y se la agarró, toda frenética. Pugnó por sacársela, pero estaba aprisionada entre las telas, como un duro resorte, y no lo conseguía. Pensó que no se la había tocado nunca a su marido – aunque parecía claro que ésta poseía un calibre superior -. Como no podía extraérsela por el lado, le bajó el calzoncillo y al final consiguió apoderarse de ella, ya toda enhiesta y liberada. Que maravilla, le tocaba ahora a ella extasiarse con el vello y le encantaron los bordes del capullo. Luego le agarró los huevos. Sentía que giraban igual que dos planetas, quizá satélites, en el hueco de su mano febril…
    
    Y empezó a masturbarle.
    
    Así pasaron mucho rato y cada vez que se aproximaba el orgasmo de uno o de otro, se paraban como de mutuo acuerdo. Estaban hechos unos artistas…
    
    Alfredo la seguía besando, cariñosísimo y se puso a tocarle ...
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