1. EN UN MUNDO SALVAJE


    Fecha: 13/09/2019, Categorías: Incesto Autor: Anónimo, Fuente: SexoSinTabues

    ... día, llegara a violarla o, cuando menos, intentarlo. Ello derivó en que Ana huyera de su hijo como el diablo de la cruz, saliendo de estampida, hasta de casa, siempre que se encontraba con él a solas. Incluso, estando Juan, procuraba que su marido estuviera entre ella y el muchacho Él, no obstante, seguía, impertérrito, con sus regalos, las flores, collares etc, y aún más asiduamente que antes, pues raro era el día que no aparecía con algo. Pero esos mismos regalos que antes tanto le gustaban, complaciéndose en lucirlos, ahora se le hacían patéticos, hasta le daba asco cuando se los ponía, como antes, junto al plato; hasta él mismo, su propio hijo, empezó a darle asco. A ella, que lo había querido como pocas madres quieren a sus hijos; a ella, que ante él, Yago, nunca había habido nada ni nadie, ni su marido siquiera, su Juan, al que quería con toda su alma, todo su ser, pues ni él siquiera era nada, nadie, ante su Yago. Pero es que, además, desde que las cosas se enconaran de tal manera entre ella y su hijo, la relación con su marido se había complicado y no poco, pues ella, sin explicación alguna, se declaró en perenne huelga de “piernas cerradas” para su Juan, pues, pensaba, “No faltaría más que se pusiera aún más “contento”, oyéndonos. oyéndome”. Y es que Ana era de verdad escandalosa cuando disfrutaba con su maridito de su alma. Y claro, al sufridísimo Juan me lo traía frito, en permanente Cuaresma(6), con lo que sus rebotes con su “santa” eran de órdago a la ...
    ... “grande”, la “chica”, “pares”, “juego” y tal, y tal, y tal La guinda del “pastel” fue un día cualquiera, en las primerísimas horas de la tarde, a eso de la una, una y pico, con Yago en sus bien cumplidos veinte años y transitando, a toda vela, a sus veintiuno. Estaba sola en casa, con Juan por las Tierras Altas, cazando, que hasta el oscurecer no le esperaba, y Yago, pues échale un galgo desde bien de mañana también, que ya hacía casi más de un año que el mocer campaba por sus respetos, sin contar para nada con su padre, deambulando todo el día solo, por acá y por allá, haciendo lo que quería, que pocas veces era algo de provecho para la casa, carga que caía, casi por entero, en Juan. Así que Ana acababa de comer, recoger lo usado en la comida y tal, amén de fregarlo todo en ese balde de agua que utilizaba en tales menesteres, caminando ya hacia su habitación, dispuesta a tenderse un rato en la cama, la típica siesta española que cada día solía dormir. Estaba ya junto a su cuarto, casi empujando la puerta, cuando, de pronto, como por ensalmo, sin advertirle, sin oírle llegar, que sabía deslizarse cual felino, sin hacer el más mínimo ruido, la figura de su hijo se recortó en el marco de la puerta de casa. A Ana, al punto, le dio un vuelco el corazón, poniéndosele en la garganta, casi aterrorizada ante él. Se sintió atrapada, entre la espada y la pared; él avanzó hacia ella dos pasos – ¿Qué…qué quieres?. – Tranquila, madre, que sólo deseo hablarle. Ya sé que usted ya no quiere que la ...
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