Ana (9)
Fecha: 05/09/2017,
Categorías:
Dominación / BDSM
Autor: Gabriel B, Fuente: CuentoRelatos
... logrado algo que nadie había hecho antes: producirle un orgasmo con puras penetraciones anales.
Pero Ana no le guardaba fidelidad a ninguno de los tres. Se sabía hermosa. Su único defecto, a su criterio, era su baja estatura. Pero a los hombres no parecía molestarles en absoluto. De hecho, a muchos les gustaba, porque gracias a eso era muy liviana y ágil, lo que le permitía realizar cualquier tipo de acrobacias en la cama. Tenía una piel blanca y lisa que cuidaba como un tesoro, su pelo, ni corto ni largo, era enrulado, y su cuerpo, una escultura que sólo los onanistas más creativos serían capaz de imaginar en sus fantasías. Su arma de seducción más letal era su trasero, dos nalgas voluptuosas y firmes que se llevaban las miradas de quien tuviese la suerte de cruzase con ella, pero su rostro no se quedaba atrás, parecía mucho más joven que los treinta años que tenía, y muchos le decían que parecía una nena. Por todo esto Ana estaba convencida de que podía tener al hombre que quisiera. Y la realidad nunca la contradijo, porque si bien se había encontrado con algunos huesos duros de roer, todos terminaban cediendo, y cayendo ante sus encantos.
Además de estos tres amantes, solía acostarse con otros hombres. Cuando estaba en busca de experiencias nuevas salía a la noche de cacería. Iba a bares, y no pasaba ni cinco minutos de estar sola en una mesa, que un macho caliente ya la abordaba. Pero rara vez les correspondía, porque a ella le gustaba elegir, y no que la elijan. ...
... También le gustaba encontrar polvos pasajeros en lugares atípicos. Se alejaba lo más que podía de su barrio. Viajaba una hora y media o dos, hasta llegar a un lugar donde creía improbable que la conozcan. Sus lugares preferidos eran las farmacias y los maxikioskos, ya que eran los negocios típicos que estaban abiertos toda la noche y que eran atendidos por hombres solitarios. Ella compraba cualquier cosa y si le gustaba el hombre que atendía, le daba charla y se dejaba conquistar (eso era lo que más le divertía, que los hombres pensaban que eran ellos quienes se la levantaban), y una vez que el afortunado de turno se animaba a invitarla a pasar, ella se lo devoraba con su pequeño cuerpo. Conseguía orgasmos increíbles con esos desconocidos que nunca volvían a verla de nuevo.
En su trabajo también le estaba yendo bien. De un día para otro aparecieron cinco alumnos nuevos, y en dos de las tres orquestas donde tocaba, finamente se habían dignado a pagarle.
En fin, Ana estaba contenta, los días en que se dejaba usar por los hombres ya habían pasado, ahora ella se ocupaba de satisfacer su apetito sexual y no el de otros. Y ya no pasaba privaciones, y por si fuera poco estaba conociendo gente nueva, y se había hecho de varias buenas amigas, cosa rara en la solitaria Ana. Se sentía en su mejor momento. Todo sucedía tal como ella quería. O al menos eso era lo que creía.
El primer disgusto se lo dio Federico, el vigilante nocturno. Había cometido el error de no cumplir una de ...