A la orilla de la carretera
Fecha: 25/11/2019,
Categorías:
Confesiones
Autor: arandi, Fuente: RelatosEróticos
... descubierto, metió su cabeza entre mis muslos. Sentí su lengua abrirse paso a mi intimidad. La textura era rasposa y atravesaba mis labios vaginales con brusquedad.
Lamió varias veces dejando muy húmeda mi vagina, después se desnudó dejando al descubierto, y a centímetros de mi rostro, su verguda hombría. El falo era grande, duro y grueso. La cabeza se movía con palpitaciones de deseo animal. Parecía que la sangre, impulsada por fuertes bombeos desde su corazón, después de recorrer todo su cuerpo se acumulara toda en aquella gruesa cabezota que se hinchaba a intervalos.
Pese a mis súplicas, aquel hombre colocó su enorme verga a la entrada de mi vagina y, tras escupir de manera por demás asquerosa mi hendidura, restregó la punta de aquel falo de arriba abajo. Después, con un contundente empujón, clavó su estaca en mi intimidad hasta que sus testículos chocaron en mi zona genital. En ese momento me fue imposible contener un grito que temí escucharan mis hijas.
—Te voy a vergar mamacita. Ya verás, nunca te lo han dado así, hasta me vas a suplicar que te dé más —dijo con brusquedad aquel bellaco.
Lo único que yo quería, que imploraba, es que a ninguna de mis hijitas les pasara nada. Más que nada temía por ellas. No quería que ese desalmado pensara en hacerles algo, algo como lo que en ese instante me estaba haciendo. Con eso en mente, después de un rato de sus crueles embestidas me atreví a gritar:
—¡Qué rico… quiero más! —dije, con tal de que aquel energúmeno ...
... acabara pronto y ni siquiera pensara en mis niñas. Quería vaciarlo todo y dejarlo sin ganas.
A mi pesar lo rodee con mis piernas, atenazándolo, haciendo que su cuerpo se pegara al mío. Está por demás decir que mi sacrificio era enorme. El asqueroso ser expedía un agudo olor a sudor agrio; apestaba. Pero ahogaba mis ganas de vomitar con tal de darle satisfacción y saciarlo de sus bestiales apetitos para que nos dejara en paz y se largara.
Mis uñas se le clavaron en su ancha espalda mientras le ofrecía una serie de improperios animándolo a culminar.
—¡Eso, así! Vente... eyacula... vente rico. ¡Échame toda tu leche! — le decía al oído.
El tosco hombre siguió dándome duros estacazos descargando en mí todo el coraje contenido en él. Aquella cosa dura y gruesa entraba y salía sin cesar de mi cuerpo; jamás en mi vida había contenido un pene de tales dimensiones que, al entrar totalmente en mí, hacía sentir que me partiría en dos.
De pronto sacó su pene y se incorporó colocándolo ésta vez frente a mi cara. Con brusquedad me obligó a introducírmelo en mi boca. Yo, que ni a mi antiguo esposo se lo hacía, tuve que brindarle a aquel asqueroso una felación.
El pene estaba cubierto por los jugos de la lubricación pero, pese a la repulsión que eso me provocó, aún así me lo metí a la boca. Aquel rudo hombre no se conformó con cómo se lo hacía y con sus propias manos sujetó mi cabeza obligándome a meterme toda su hombría. Cuando el glande chocó con mi úvula me produjo nauseas. ...