Contrición
Fecha: 11/09/2020,
Categorías:
Incesto
Autor: Lib99, Fuente: CuentoRelatos
... hasta el perineo, para después introducirse en el cálido agujero. Mercedes la sintió como un insecto viscoso invadiendo su interior. La mano, entretanto, bajó hasta el coño, jugueteó un rato con los labios y lo penetró, estimulando simultáneamente el clítoris.
Luego, cuando decidió que era el momento, apartó las manos –que sujetaron las caderas– e introdujo su pene en la vagina. Excitado, inició un cadencioso balanceo, que progresivamente transformó en fuertes embestidas.
–Esto te gusta, ¿verdad zorra? –Exclamó entre jadeos– ¡Vamos! ¡Responde! Te gusta, ¿eh?
–Sí… –contestó Mercedes en un crispado susurro.
–Sí, eso es, puta. ¡Te voy a dar lo que te mereces!
Abrió los glúteos de ella, deleitándose con la visión de la glandulada corona que rodeaba la abertura, escupió sobre el oscuro agujero y metió su dedo índice, provocándole un estremecimiento a Mercedes, que ahogó un quejido. Lo movió dentro, sincronizándolo con la cadencia de sus embestidas y empujando hasta hacerlo desaparecer por completo. A continuación introdujo el dedo corazón, explorando el interior del esfínter hasta notar a través de sus yemas como su polla se movía dentro de la vagina.
Alcanzando el máximo de excitación el sacerdote pegó con fuerza las últimas embestidas, impulsado por los estertores de la eyaculación.
–¡¡Toma, puta!! ¡¡Tómalo!!
Después, se inclinó sobre el cuerpo de la mujer, que aguardó quieta, mirando hacia un punto inconcreto del suelo, hasta que el cura recuperó el ...
... resuello, salió de ella y se levantó.
Sin hablar, Mercedes se vistió con rapidez, mientras él se abotonaba la sotana con tranquilidad, satisfecho, disfrutando del momento.
–Mi marido… –le miró con decisión ella, una vez vestida, superando la repulsión que le provocaba.
–Tranquila. Hablaré con el señor Obispo. Haremos todo lo que podamos. Confía en la santa madre Iglesia, querida
Al contestarla colocó su mano sobre la de ella, mostrando una sonrisa que en nada se parecía al beatífico gesto con que oficiaba las misas. Mercedes la apartó, despacio, como si su contacto fuera tóxico, se giró y salió de la sacristía.
Don Julián la observó marchar divertido, preguntándose si aquella mujer sospecharía que la detención de su marido, como la de tantos otros en el pueblo, fue resultado de una delación realizada por él mismo. ¡Ah, el sagrado sacramento de la confesión, qué útil estaba siendo para la purificación de la patria!
Apartó el tema de su mente –ya le había dedicado demasiado tiempo a esa zorrita– y se concentró en la visita que tenía prevista para el día siguiente: Angustias, la viuda de Quintana, el ex alcalde republicano. Desde la ejecución de su marido a la pobre mujer no le habían ido muy bien las cosas. Confiscados su terruño, su casa y sus bienes, sobrevivían de alquiler ella y sus hijos, sin ingresos, prácticamente de la caridad. Así que mañana vendría a suplicar ayuda a la madre Iglesia…
Trató de imaginar desnuda a su hija adolescente, Conchita: su piel ...