1. Mundo salvaje -3-


    Fecha: 13/04/2021, Categorías: Erotismo y Amor Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos

    CAPÍTULO 3º
    
    Por fin Ana pudo conciliar el sueño, más que nada, por el propio cansancio que su gran tensión nerviosa generara, pero no fue el sueño reparador apetecido, sino más bien un como sopor agitado, con su mente asaltada por fantasmales imágenes, en las que aparecía el rostro de su amado, hecho, más que máscara de dolor, horrible máscara mortuoria; luego, la imagen se tornaba toda roja y sólo roja, un rojo brillante como la sangre manando a borbotones; después, las terribles fauces de un gran leopardo despedazando algo o alguien, un cuerpo difuso, irreconocible, pero que Ana supo, segura, aún en el delirio de su sueño, que era el de su Juan, despedazado por ese gran leopardo.
    
    Fue la dulce sensación de unas manos acariciándola, pelo, ojos, mejillas...hasta sus senos desnudos, y unos labios besando, dulcemente, los suyos, pero también su pelo, su frente, sus ojos, sus mejillas…y sus senos, hasta lamer, chupar y succionar sus pezoncitos… o pezonzazos, que ahí podría haber “división de opiniones”, como en la española Fiesta de Toros, lo que fue sacándola del sopor, más que sueño, en que cayera, como en una ensoñación de “Alicia en el País de las Maravillas”, pero que no era sueño, sino gratísima realidad; ella no estaba del todo despierta, pero tampoco del todo dormida, y “sabía”que lo que estaba viviendo en tal momento era el mundo real, no el de los sueños;“sabía”que él, su Juan, estaba allí, junto a ella, acariciándola, besándola…y “metiéndola mano”, ¡ja, ja, ja! ...
    ... Y sonrió dulcemente, feliz y dichosa. Quería abrir los ojos, salir de ese marasmo que todavía la embargaba, embotándole los sentidos, pero no podía; le era imposible, pues los párpados le pesaban como si fueran de plomo, y su mente, en casi descanso, se negaba, terca, a abrirse del todo a esa dulce realidad que la envolvía. Y así como estaba, casi dormida, casi despierta, musitó con voz somnolienta
    
    —Juan, mi amor, vidita mía; estás aquí, conmigo… Has venido… Por fin has venido; por fin no estoy sola
    
    Y nítidamente escuchón las palabras de él, pero sin acabar de entenderlas, asimilarlas. Sabía que le hablaba, diciéndole cosas, palabras bonitas, muy, muy bonitas; palabritas de amor, de dulce amor, el amor que él le tenía, el amor con que ella le correspondía, y, la verdad, es que le gustaba más que mucho que se las dijera, aunque apenas si las entendía, aunque en su mente las reprodujera con casi absoluta precisión, adivinándolas, pues adivinar lo que él, transido de amor, le decía, no era necesario pagar a ningún augur para que las descifrara, que ella bien que se valía para semejante menester, que bien las conocía, y a pesar de ello, de conocerlas bien, siempre le encantaba escucharlas, como si de la primera vez que las oía fuera, se tratara, siempre.
    
    —Sí, Ana; mi amor, mi cielo, mi vida, mi bien. Aquí estoy, contigo, para nunca más dejarte. Porque, al fin, he comprendido que tú eres la vida, la que merece vivirse; he entendido que, contigo, junto a ti, lo tengo todo, ...
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