Orgulloso de mi verga
Fecha: 23/11/2017,
Categorías:
Hetero
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
Desde que tengo uso de razón, recuerdo que mis papás y mis hermanos mayores decían que mi verga era excepcional.
Hoy, esas nueve y media pulgadas y el grosor bastante considerable me han provocado mil y una satisfacciones.
Hasta a un putito me di el gusto de cogerme, un día en que, andando de vacaciones y ya sin dinero en el bolsillo, el jotito me vio orinando y ofreció darme mil pesillos por una cogida.
De ahí en fuera, ya perdí la cuenta de las mujeres que han probado mi verga.
Pero la satisfacción más grande es la vez en que mi maestra, ella solita, me pidió, a cambio de no reprobarme en matemáticas, que la acompañara a su casa.
Yo supe a la primera para qué me quería con ella, pero me hice guaje. Yo sabía mi cuento.
En esos tiempos tenía yo 17 años, pero bastante experiencia en eso del sexo, no por nada mi virginidad me la hizo perder una sirvienta de la casa parterna, a los 11 años.
Pues bien, la maestra Belén, tendría unos 28 o 30 años divorciada, sin hijos y estaba bastante buena, razón que a había convertido en una mujer creída y a la que muy pocos galanes le habían conocido.
Esa tarde que me pidió acompañarla, yo había visto cómo se me quedaba viendo a mi entrepierna, con mi verga parada a medias, solo de estarle viendo esas soberanas piernas que nos mostraba con aquella minifalda a unos cinco centímetros sobre la rodilla.
Mi fama de varga grande había traspasado los ámbitos del colegio.
Cuando subí a su coche, me di cuenta de su ...
... coquetería, pues se desabrochó el botón superior de la blusa, lo cual me dejó ver buena parte de esos suculentos globos apenas contenidos por un brasier que, de cualquier no protegía del todo un hermoso par de pezones.
Igual hizo con la falda, pues con el pretexto del cambio de velocidades, quedaba a mitad de sus muslos.
Aún así, yo me hice el desentendido.
Ya en su casa, la maestra me dijo que la idea era que la ayudara a mover todos los muebles de su casa, pues estaba cansada de verlos siempre igual y ello le recordaba a su ex marido, del cual se había separado tres años atrás.
Ni tardo, ni perezoso, me quité la camisa y puse manos a la obra.
Un par de horas después, sala, comedor, estudio y recibidor daban una cara distinta.
Para ello, la maestra había entrado a su recámara a cambiarse. Andaba ahora con un pantalón cortito y una blusa que, con un nudo atado a la cintura, me hizo soñar con la posibilidad de cogérmela.
Y mi ilusión se me cumplió.
Fue a la cocina para traer una jarra con agua de limonada bien fría.
Viéndome sudoroso, se ofreció a secarme la espalda con una toalla, lo cual fue el principio de una hermosa aventura.
El roce de sus manos provocó que mis casi 10 pulgadas de carne se pusieran totalmente duras y así se lo hice saber: maestra, no sea así, vea cómo me ha puesto, le dije.
Y contra lo que cualquiera pudiera esperar, la maestra no tardó con la respuesta: yo sabía que sí contaba contigo.
Sin dar tiempo a mayor diálogo, me ...