Quiero ser tu hombre
Fecha: 28/11/2017,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Escriba, Fuente: CuentoRelatos
... pues temía soltar toda mi esencia sobre él, me pidió que me desnudase. Mi cuerpo menudo y delgado quedó completamente desnudo salvo por mis medias, que gentilmente me permitió conservar. Mi pecho, plano y sin bello, recibió numerosas caricias, con algún pellizco eventual sobre mis pezones, que fueron endureciéndose hasta hacerme sentir extraño, habitante de un cuerpo que ya no reconocía como mío.
Hasta aquel momento la iniciativa había sido completamente suya, pero sintiendo mayor confianza y considerando lo gentil que había sido, hice que se tumbara e introduje su sexo en el interior de mi boca. No debí ser muy hábil, pues me susurró un par de consejos, pero cuando su mano se posó en mi nuca y comenzó a dirigir mis movimientos todo fue sobre ruedas, y su respiración agitada salpicada de tenues gemidos mantuvieron encendida mi entrepierna y firme mi deseo de continuar.
Le tocó a él pedirme tregua en esta ocasión, pues sin darme cuenta había ido aumentando tanto la cadencia de mis movimientos como las caricias que mis labios ejecutaban sobre la cabeza de su sexo, amenazando con terminar nuestro juego prematuramente. Al retirarse de mi boca, saboreé durante unos segundos su sabor, intenso y embriagador.
Durante unos segundos simplemente nos dedicamos a contemplarnos y a acariciarnos con la inocente satisfacción de los adolescentes que creen que nunca se separarán. De repente me sonrojé al darme cuenta de que me estaba insinuando con mi mirada, y el gesto debió de ...
... parecerle tan natural, tan coqueto, que no pudo evitar besarme. Nuestras lenguas permanecieron unidas un buen rato, hasta que no pude aguantar más la presión de mi propio sexo y, tumbándome con las piernas desplegadas, ofreciendo la parte de mi cuerpo que nunca antes había sido probada por hombre ni mujer, le hice un gesto para que me poseyera.
Nuevamente conté con su experiencia como aliada, pues ni toda mi pasión habría servido para permitir que su sexo se introdujera fácilmente en un cuerpo inexperto como el mío. Cierto es que había adquirido algo de experiencia con los dildos, pero lo que realmente hizo posible que mi cuerpo se rindiese fueron las caricias que su lengua me dedicaron, humedeciendo la intimidad entre mis nalgas, permitiendo que su masculinidad se deslizara con asombrosa facilidad. Mentiría si dijera que no sentí alguna punzada de dolor, pero sus caricias eran un sedativo que aliviaba todos los males.
El ritmo de su cuerpo sacudía mi débil figura, hasta el punto de que en un momento temí desvanecerme y fundirme con él. A pesar de mi gran excitación, mi sexo curiosamente había perdido fuerza, quizá porque reconocía el papel subordinado que se le había atribuido en aquel encuentro. De hecho, la agradable sensación que me recorría era como la de un lento orgasmo que se iba construyendo a sí mismo, como si viviese una débil y constante eyaculación, un goteo de mi esencia que poco a poco iba mojando mi estómago. Cuando su mano acariciaba mi disminuida virilidad, ...