Mi hija Sara
Fecha: 28/11/2017,
Categorías:
Confesiones
Autor: El buscón, Fuente: CuentoRelatos
Durante los últimos tiempos, me había fijado más que nunca en cuánto había crecido Sara, en cómo había madurado. Ahora, a sus 18 años, era igual que su madre a su edad. Había heredado su melena castaña, sus ojos pardos, sus pequitas casi inapreciables. Los pechos ya le habían terminado de crecer, quedándose en un tamaño intermedio. Estábamos tirados en el sofá del salón, acabábamos de cenar. Ella miraba la televisión, ni siquiera recuerdo que daban, yo la miraba a ella. Aunque ya era tarde, por aquellas fechas comenzaba a hacer calor, y Sara no llevaba más que una camisa y unos pantalones cortos.
-Eres idéntica a tu madre cuando la conocí -no pude evitar decirle con una sonrisa.
-Sí -reconoció ella-. Es cierto. Siempre que veo sus fotos, me fijo en que tenemos los ojos iguales.
-Los ojos, el pelo, los labios...
No podría haber terminado la enumeración. Eran clavadas, aunque quizá con los años hubiera ido añadiendo rasgos de mi hija al recuerdo de mi difunta pareja de cuando era joven.
-¿Echas de menos los labios de mamá? -me preguntó de pronto.
-Claro que sí, cielo -respondí-. Todos los días.
-Y cuando ves los míos... ¿no te dan ganas de besarme?
-Oh, cielo. Eres una joven preciosa. Cualquier chico querría besarte.
-¿Y tú también?
-Yo también -reconocí ante su insistencia-. ¿Por qué lo preguntas?
-Porque... podríamos hacerlo -contestó sonrojándose.
Si bien es cierto que le había dado una educación muy abierta y liberal, nunca creí que ...
... fuese a oírle decir nada parecido.
-¿Quieres que nos demos un beso? -le pregunté.
-Quiero más que eso... Hay muchas cosas que quiero hacer -comenzó-, y los chicos de mi clase no me interesan, la verdad. Sin embargo, contigo... creo que sería mucho mejor.
-¿Estás segura? -le pregunté.
-Dímelo tú -respondió mi hija. Me cogió una mano y la llevó bajo sus pantaloncitos. Aun sobre sus braguitas pude notar su humedad.
-Claro que estás segura. Ya eres una mujer.
Ella inició un acercamiento a mi boca, yo posé mis manos con suavidad en sus mejillas y la besé. Fue un beso torpe, un beso guardado largo tiempo en nuestros labios. Si bien algo descoordinado al principio, se volvió húmedo y caliente a medida que nos soltamos y enredamos nuestras lenguas. Cuando nos separamos, la miré a los ojos, seguíamos abrazados y estaba convencido de que ella notaba mi erección pegada a su pierna. Sus manos acariciaban mi pecho, mi cintura, acercándose tímidamente a mi ella.
-¿Puedo...?
-Claro que sí, mi vida.
Sara alargó la mano y palpó la dureza de mi polla sobre el pantalón. Enseguida alzó la cabeza y me miró, fascinada.
-Joder, papá -resopló-. Es enorme. Recuerdo que te la vi alguna vez de pequeña, pero no la recordaba para nada así.
Al oírle decir eso no pude evitar reír.
-No me la viste así, cielo -le expliqué-. ¿Quieres verla ahora?
-Sí -respondió, con las mejillas encendidas más por la excitación que por la vergüenza.
-Sácamela -le susurré.
Ella lo hizo ...