1. Quedamos solos en casa.


    Fecha: 02/02/2018, Categorías: Infidelidad Autor: Anónimo, Fuente: SexoSinTabues

    ... cuerpo se acelera yo me retuerzo, ondulo mis caderas y gimo de placer. Tu mano derecha se introduce bajo mi culo, con el índice y el medio acaricias mi vagina a cada costado de tu pene que sigue pistoneando, la retiras apenas con tu dedo, entre la zanja de mis nalgas, se detiene en mi ano y se mete un poquito. Experimento una explosión de sensaciones, mi vagina llena de tu pene, mi clítoris, tu dedo en mi ano, tus labios alternándose en mis labios, mi cuello y mis pezones, todos enviando placer al mismo tiempo. Susurro tu nombre hasta que te grito el delicioso orgasmo que me invade y convulsiona. Eso te enardece, te incendia, te hundes en mi poseído de frenesí y explotas con un ronquido de pasión sin límites. Nuestros cuerpos están bañados de sudor por el calor sofocante y el vehemente deseo liberado. Como tierno remate se te ocurre lamer la transpiración en mis senos, con especial dedicación a mis pezones. Nos duchamos e higienizamos por turno. “¡Pobre Ariel! Le usas la cama, los preservativos, la toalla de baño y el desodorante” pienso. De regreso al dormitorio, te encuentro hablando por teléfono con tu hotel “es probable que no llegue hoy a ocupar la habitación, mañana paso a retirar mis pertenencias y a pagar” escucho. Enciendo el equipo de aire acondicionado. Para el segundo, más que obvio, episodio lujurioso de esa noche, las condiciones de temperatura, y humedad del aire ...
    ... son más propicias. De nuevo bajo la sábana, unas pocas caricias y besos, se traducen en una nueva formidable erección y una imponente excitación mía. Te proteges con otro preservativo. Me subo sobre vos y asumo las riendas de la nueva comunión de carnes. Te beso, me introduzco tu miembro, muevo mis caderas. Otra vez mi gozo no lo puedo reducir a palabras, vos respondes con pasión, jadeos, gruñidos, convulsiones y frases truncas. Los respectivos orgasmos son superadores de los del capítulo precedente. Después de una segunda higienización y una nueva intromisión de tu carne dura en lo más recóndito de mi raja, con pasiones desbocadas y epílogos superlativos, nos quedamos dormidos, abrazados, saciados, ahítos de goces. Sin beneplácitos, claro, pero con toda la satisfacción física. La salida del sol la “festejamos” acorde a nuestra calaña de tramposos impresentables: sexo, aseo personal, desayuno de café con leche y tostadas, elaboración, de común acuerdo, de la versión del relato de ese día/noche, para mi hermana y mi marido y un largo beso de despedida. Nos queda, en el haber de nuestras vidas, esa maravillosa noche juntos, en el debe, algo de tristeza: no fue algo, lícito, para cuñados. Al quedar sola, compré en una farmacia una caja de preservativos para reponer, en la mesita de luz de Ariel, los cuatro utilizados en la noche y amanecer. “Por si las moscas” decimos en el barrio. 
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