1. Celebraciones familiares 2: El cumpleaños


    Fecha: 07/04/2018, Categorías: Infidelidad Autor: Rober XL, Fuente: CuentoRelatos

    ... sacudía a cada paso. Piedad tenía un buen pandero, sí Señor. Mi mujer lo tenía más chiquito y firme en comparación, apenas le temblaba al caminar. En cambio, María Luisa no tenía apenas caderas y su culito era poco más ancho que su cintura. De las tres Piedad era la que tenía el culo mayor, claro que también era la más alta de todas.
    
    ― ¡No os peleéis! ―la orden de la niñera me hizo salir de mi embelesamiento. Algo se estiraba dentro de mi pantalón. Las señoras de la casa me la habían puesto dura, y hay que estar en lo que se está cuando andas subiendo y bajando de una escalera.
    
    El problema de las casas viejas es que por cada cosa que arreglas, descubres que hay otras dos que están mal. Puertas que chirrían o rozan en el suelo, manivelas que se atascan, bombillas fundidas, etc.
    
    Los críos jugaban en el patio, mientras yo iba pasando por orden de una habitación a la de al lado. De pronto me pareció escuchar un rumor extraño diferente al griterío de los niños. Me quedé quieto y en silencio tratando de verificar lo que creía haber escuchado. Cuando ya pensaba que mi excitación me había gastado una broma pesada… ¡ummm! Ahí estaba otra vez, un gemido sí, el débil gemido de una mujer.
    
    Igual que un perro de presa, rastreé la procedencia de aquel murmullo atenuado. Me acerqué andando de puntillas sin hacer ni un solo ruido. Lógicamente sólo podía tratarse de Montse y Sebastián, ya que las demás habían salido a andar un rato. Quizá intentando lograr la fecundación antes ...
    ... de que “se les pasara el arroz”. Era mediodía, unas horas un poco raras para el sexo.
    
    Pronto identifique la habitación de donde salían los gemidos. Ahora que estaba pegado a la puerta podía diferenciar con claridad jadeos y gruñidos que delataban a una mujer sumida en la excitación, acercándose poco a poco al éxtasis.
    
    ― ¡Ogh! ¡Ogh! ¡Ogh!
    
    Los quejidos se aceleraban y la emoción crecía no sólo para la pareja, también para mi. Recordé una experiencia similar que viví en mi infancia, aquella noche de verano en la que salimos en pandilla a merodear por los caminos de la urbanización. En un rincón apartado descubrimos a una pareja haciendo el amor dentro de su coche con las ventanillas bajadas. Realmente a juzgar por cómo se movía el coche y los quejidos de la chica más bien estaban follando como salvajes.
    
    En efecto, faltaba ruido. Ruido de muelles, de choques de un cuerpo contra otro, alguna exclamación involuntaria. Eran demasiado silenciosos para mí. Aquellos ¡Ah! ¡Ooogh! ¡Ummm! Casi no se oían, ni siquiera estando junto a la puerta.
    
    Me cansé del espectáculo pero me apetecía verlos salir y reírme un poco de su desenfreno e indiscreción, así que me puse a revisar el ventanal que había al fondo del pasillo a la espera de que salieran.
    
    De pronto oí que se abría la puerta.
    
    Me quedé perplejo…
    
    ― Carla. Ven.
    
    La muchacha se quedó sorprendida y tardó un poco en reaccionar. Estaba sofocada, sus mejillas lucían un intenso tono rosado. Se acerco con vergüenza, ...
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