1. Al que madruga, Dios lo ayuda: el semidios rubio, la oficina y su sofá rojo


    Fecha: 27/04/2018, Categorías: Gays Autor: Anónimo, Fuente: SexoSinTabues

    ... acostó bocarriba y me puso de rodillas, rodeando con mis piernas su cuello, frente a su cara, para comerse mi verga mientras lo veía a los ojos. Me sentía privilegiado. No aguanté tanto placer y me vine en su boca. Tragó mucho y se dejó un poco en la boca para acercarme a su rostro y besarme paseando mi semen entre su lengua y la mía. Yo estaba mucho menos excitado pero no quería dejar pasar la oportunidad. Escupí saliva en mi mano, viscosa por estar mezclada con mis mecos y me lubriqué el culo para sentarme poco a poco en su fierrote. Lo deseaba tanto y lo hice con tal cuidado que no dolió. Lo saqué un par de veces antes de sentarme por completo hasta que lo hice y mi culo se fruncía para apretar su vergotota. Robert suspiraba y me besaba profundamente en ratos que yo caía sobre su pecho o que el se sentaba un poco para alcanzarme. Estuvimos unos intensos minutos hasta que Robert me apretó bien fuerte contra él y se vino. Respiré y recuperé la calma. Al bajarme, vi que estábamos a tiempo. Limpié con agua y pañuelos el pene morcillón de mi bello amante y yo tenía la verga dura. Se sentó en el sofá y yo me recosté con el rostro a su entrepierna para comerle el pollón. Lo quería completo y para siempre conmigo. Le mamé como 20 minutos hasta que sólo con mi boca le saqué la leche y me la comí toda. Yo me vine masturbándome y él tomó mis mecos para dármelos en la boca con su mano. De inmediato me besó, con nuestros mecates entre lenguas. Fue espléndido y alucinante. Me dio una visión angelical al contemplar sus marcados y modestos músculo mientras vestía. Ver como colgaban su inmensa verga y testículos hasta media pierna. Delicia de jovencito. Nos vestimos. Eran las 8:20, a 40 minutos de que llegara la gente al edificio. Salió Robert y en el aire se podía cortar con la mano la lujuria y el aroma a sexo. Abrí las ventanas para ventilar el espacio y que quedé atónito en el sofá que me sirvió de tálamo. Hasta siempre, Robert. Sinceramente suyo, el coyote cojo.
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