1. Trabuco


    Fecha: 17/01/2022, Categorías: Anal Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... atraparme. Pero entonces lo sabrían, ¿verdad? Este es el precio de la decencia.
    
    —No era el trato.
    
    —Me ofendéis, querida. Trabuco es hombre de palabra. Os di una baratija; me ofrecisteis el culo. El trato se cumplió. Si ahora me pagáis, es por mi silencio.
    
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    Atardecía en el camino de la sierra. En el bosque de pinos reinaba un silencio roto sólo por los sollozos apagados de la joven, que había demostrado tener buenos pulmones pese a la amortiguación del carruaje. Los pajarillos que daban música al lugar habían huído ante los gritos de un rato antes, antes de que la dama se acostumbrase a la enculada lo suficiente como para convertir sus berridos en un triste gimoteo.
    
    Trabuco llevaba tiempo en su interior, dentro y fuera: dentro hasta el fondo, luego desenfundar para ensartarla de nuevo, en pasadas largas, lentas, para que la joven pudiera deleitarse plenamente en las sensaciones de aquella primera experiencia, para que pudiera recordar cada paso del camino que recorría por primera vez, pues el deseo de todo hombre pionero en hoyar tierra salvaje es ser recordado por su conquista. Esa fama, ese recuerdo imborrable, es la esencia ...
    ... de la inmortalidad.
    
    Contenida por aquella prieta oquedad, Trabuco sintió la vibración que invadía la acerada dureza de su arma ante la inminencia del disparo. La sacó y apuntó con su habitual acierto las blancas balas al centro oscuro de la diana que le ofrecía. El primer disparo se fue alto y empezó a resbalar lentamente por la pálida canaladura. Lo recogió con la punta y lo arrastró al sumidero, a reunirse con el resto de su descarga.
    
    Apretó con su dureza menguante para inyectar su esencia en el lugar que le correspondía: en el interior del cuerpo de la hembra. La joven se quejó ante esta última internada, pero las cosas hay que hacerlas bien hechas y todo debe terminar como debe.
    
    Se quitó el paño que lucía al cuello y que cubría su rostro cuando era necesario cubrirlo, y lo insertó doblado en el agujero abierto.
    
    —Así no os mancharéis el vestido. Sé que a una dama de alcurnia no le gustan esos incidentes.
    
    Ella se volvió, los ojos brillantes de furia. Él le lanzó el anillo, que rebotó en el suelo del carruaje hasta detenerse sobre el charquito húmedo formado por las lágrimas de la joven virgen.
    
    —Hasta la vista, mademuaselle. 
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