1. "Lesbiadas"


    Fecha: 26/05/2022, Categorías: Lesbianas Autor: lib99, Fuente: RelatosEróticos

    Sus lenguas se enroscaron como dos carnosas, rosadas y húmedas serpientes, moviéndose y chupándose con frenesí, hasta enlazarse de manera que casi vulneraba las leyes físicas. Al tiempo, sus cabezas basculaban de un lado a otro, buscándose, besándose, lamiéndose y penetrando sus bocas hasta casi atragantarse, cuando las juguetonas puntas rozaron las campanillas. Sus cuerpos, jóvenes, tiernos y plenos de una incontenible energía, se movían al ritmo de la pasión ejecutando una sexual danza entre las arrugadas sábanas. Sus tersas pieles, tensas como la superficie de un tambor que apenas contuviera el magma que bullía en el interior de sus cuerpos, brillaban por el reflejo del sol que se filtraba entre las gastadas cortinas, simulando una constelación de minúsculas gemas adheridas a sus anatomías apetitosas.
    
    Su ropa se desperdigaba por la habitación: una braga, un tanga, dos sujetadores, medias, calcetines, unos desgastados tejanos, una minifalda… prendas entremezcladas con caótica desidia sobre la alfombra, la mesita de noche barnizada en color caoba y la atestada silla de madera –en la que aguardaban más prendas listas para la plancha, un pequeño y brillante bolso de fiesta, otro más grande para ir a clase, una carpeta y algunos libros– situada en una esquina de la pared contraria a la de la puerta desde la que yo espiaba, agazapado, la excitante ceremonia amatoria de Estíbaliz y Araceli.
    
    Acurrucado y en silencio, me había apostado en el pasillo, al abrigo de la oscuridad ...
    ... –las sombras reinaban en él a menos que encendieras la solitaria y amarillenta bombilla del techo–, delante de la estrecha abertura de la puerta entreabierta, mal pintada y peor barnizada. No habían cerrado por completo la habitación, como hacían en cada ocasión que follaban, convencidas de que yo estaría en la facultad toda la mañana. Creían disfrutar del piso para ellas solas. Y con eso contaba yo.
    
    Una vez acabó la clase de primera hora, “Estadística Aplicada” –por dios, qué modorra–, me salté la siguiente soltando una excusa a los colegas e hice tiempo en el bar que hay a un par de manzanas del piso, tomando un café y un pincho de tortilla; estaba excitado como cuando de niño aguardaba para ir al cine o para montar en las barracas que montaban junto a la playa en verano. Calculé la hora a la que mis compañeras de piso se despertarían, ya a media mañana –ambas tenían, aquel curso, las clases por la tarde–, se desperezarían y desayunarían, antes de comenzar con las sesiones de sexo matinal a las que se dedicaban cada día hasta la hora de comer –lo había comprobado en alguna ocasión en que me había quedado en el piso para estudiar: no había forma de concentrarse; si quería trabajar en serio, más me valía largarme a la biblioteca o seguro que no aprobaría aquel curso ni una asignatura.
    
    En fin, cuando supuse llegado el momento abandoné el bar y me dirigí al edificio donde teníamos alquilado el apartamento, en una de las transversales que cruzaban la antigua ladera frente ...
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