1. Secuestro consentido.


    Fecha: 18/07/2022, Categorías: Dominación / BDSM Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... educación. Después de un par de lubricantes y apuntes del curso encontré la correa de perro que tanto ansiaba; pero en este caso no era la típica correa. Era una correa que yo mismo había diseñado en casa para la ocasión.
    
    Se trataba de un trozo de cuerda atada a una especie de septum gigante, lo que me permitía meterle cada una de las esferas por un orificio distinto. Una bola por el ano de María José, la otra bola por la vagina y así podría pasearla como la perra que era.
    
    María José intentó escapar llamando al ascensor al mismo tiempo que yo estiraba de aquella cuerda, la cual le producía la misma cantidad de dolor que de placer, pero cuando las puertas de este se abrieron y se vio reflejada en el espejo del ascensor a punto de pulsar el botón de alarma, pensó que no era tan mala idea quedarse en aquel desván.
    
    Sin ni siquiera mirarme, María José comenzó, no a pasear sino a exhibirse como si de un animal se tratase, hasta que cansada de dar vueltas se postró ante mí en posición de a cuatro patas. Sin ningún preámbulo más, me escupí en la mano restregándolo de inmediato sobre el coño de María José, y una vez situado mi capullo en la boca de su coño y siendo consciente de que aquello estaría lo suficientemente lubricado, me la empecé a follar. Su culo revotaba a un ritmo vertiginoso sobre mi cintura, sonaba ...
    ... maravillosamente. María José intentaba disimular su agrado pero se le notaba a kilómetros.
    
    Una de las bolas seguía introducida en su ano, mientras la otra votaba libremente golpeando con sus carnes.
    
    -No me extraña que mi novio se ría de ti, ¿No sabes follar o qué?
    
    Fue ese comentario lo que me hizo aprovechar el trozo de correa para pasarlo alrededor de su cuello y guiarla como un caballo en las antiguas corridas del coliseo romano. El problema estuvo en que conforme más fuerte follábamos, más presión ejercía sobre su cuello la cuerda, hasta tal punto de que en el momento en el que ambos nos corrimos, María José se desmayó frente a mí por la falta de oxígeno.
    
    La historia podría haber terminado ahí, pero teniendo en cuenta de que se había estado riendo siempre de mí con su novio y me había dado un rodillazo en la cabeza, decidí vestirla y dejarla en el ascensor como si de un mal sueño se tratase. Con la diferencia de que esta vez le había dejado la correa atada a la barra del ascensor y las dos bolas introducidas en sus cavidades.
    
    Ahora el tiempo jugaba en su contra o en su favor, ¿Conseguiría María José despertarse antes de que alguien la encontrase? O la pillarían con las bolas en la masa y tendría que dar explicaciones. Yo sé la respuesta y solo os diré que esa misma tarde tuve una mascota nueva y sin necesidad de ir a la perrera. 
«1...3456»