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Sensaciones inesperadas en un tren
Fecha: 12/04/2023, Categorías: Bisexuales Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... los dedos, para luego llenar toda su palma con la curva que divide la cintura de sus piernas. Le recordó a una joven escort de guadalajara que conió años atrás. Allí se detuvo. Poco a poco deslizó la mano en diagonal, por debajo del pequeño bolso, hacia el sexo de una concentrada Ana, quien estaba atenta a los movimientos de su invasora, tratando de encontrar el punto exacto en que la haría detenerse en el camino a su entrepierna. Cada vez que avanzaba, Ana juraba que la detendría en ese instante. Pero no lo hacía. Como queriendo aguantar una prueba de resistencia autoimpuesta, dejaba que invadiera cada vez un poco más. Y otro poco. Y otro más. Extrañamente, no era el sexo de su compañía lo que la inquietaba, sino la explosiva intimidad a la que había dado cabida. La posibilidad de que aquello fuera bueno poco a poco se iba apoderando del rastro fugaz que dejaban sus acelerados pensamientos. Estaba confundida. Por primera vez en su vida, estaba totalmente indefensa. Una enorme conmoción la había invadido, tomando por asalto la sensibilidad de su piel. Aquello sí era grato. No la conocía; ni siquiera había visto su cara. Pero aquello era grato. Sin duda tenía miedo, pero sobre el miedo venía aquello que ahora ...
... debía reconocer como placentero. Le gustaban las caricias que esos pezones endurecidos podían brindarle. Le gustaba el calor de esa mano avanzando como un incendio. “Me gusta.” Reconoció por fin en su cabeza. Perdida en sus pensamientos, Ana echó inconcientemente su cabeza hacia atrás. La mujer se acercó a su oído. Ana, sorprendida por su propio avance, estaba a punto de quitarle su mano del vientre cuando la mujer le dijo con la voz entrecortada: “Bájate ahora… por favor”. Y retiró la mano. En ese momento el tren comenzó a detenerse en la quinta estación. Ana comprendió de inmediato que de alguna manera ella misma había sido la invasora; que su presencia cobijada había sido la trampa para alguien más. Un sentimiento de delicada compasión lo transformó todo de golpe. Su morbo descansó entonces en la ternura; una ternura que acalló de golpe los últimos ecos de la culpa de su tacto y que abrió la memoria al recuerdo de ese momento. Las puertas se abrieron. Ana salió con los ojos cerrados. Dio dos pasos y se detuvo. Se dio media vuelta justo cuando las puertas se cerraban. Miró hacia dentro a través de la ventana y clavó sus ojos en los de la mujer. Brillaban como el vidrio helado. Todo duró menos de un segundo.