1. Ama, Esclavo, Cuchillo


    Fecha: 20/07/2023, Categorías: Dominación / BDSM Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    La luz incendiada del atardecer se filtra por las rendijas de la persiana, atraviesa las cortinas salmón e ilumina una estampa confusa por la niebla.
    
    Rodrigo aún está encaramado a la cama desecha, a cuatro patas, ofreciéndome su trasero desnudo mientras su enorme miembro cuelga entre sus piernas, junto a la también enorme bolsa escrotal que le pende.
    
    Contemplo a mi marido en esa posición mientras, sentada en la silla y desnuda, dilucido con un cigarrillo entre los dedos, escudada en la oscuridad del fondo de la habitación, qué hacer con él.
    
    La habitación está enrarecida por el humo del cigarrillo. No sólo por este que me fumo, sino por los varios que llevo ya. El cenicero que tengo a mi lado está rebosante de colillas. Me he fumado uno tras otro, sin pausa, contemplando las nalgas tostadas de mi marido.
    
    Durante el primer cigarrillo sopesé la idea de introducirle mi consolador favorito en ese ojo oscuro que, de vez en cuando, se enfurruña y se frunce, quizás molesto por la espera. Untar el juguete con jugo de mi coño e ir empalando a Rodrigo, disfrutando de la angustia ajena, absorta en el espectáculo del orificio violado. Luego, con el segundo cigarrillo, se me ocurrió la idea de ordeñar el inmenso rabo. Me enfundaría las manos con los guantes de fregar, de colores rosa y azul, y, disfrutando del tacto rugoso de la goma, exprimiría la polla con movimientos asépticos, mecánicos; eliminando el contacto de mi cuerpo con el suyo, la experiencia sería sencillamente ...
    ... sublime.
    
    Mientras fumaba el tercer cigarrillo, intentando encontrar una forma realmente humillante con la que fustigar a mi marido, el malnacido, no sé por qué razón, tuvo la osadía de girar la cabeza y mirarme a través de la máscara. Fijó sus ojos en mi coño, en mis tetas, en el cigarrillo. Pero también su mirada suplicaba comenzar con la humillación, la espera le reconcomía, la posición inerte le incomodaba.
    
    —¡Perro! —chillé furibunda. Corrí hacia él y castigué su osadía, cruzándole la cara con el dorso de la mano.
    
    Gimió lastimero, su cuerpo enorme vibró, su vientre se sacudió, sus hombros temblaron. Toda su poderosa musculatura se debatió ante el golpe.
    
    —¡Quieto ahí, cabrón de mierda! —chillé mientras me sentaba de nuevo y retomaba mi cigarrillo.
    
    Rodrigo es un gigantón mulato, de más de dos metros. Yo un pingajo a su lado. Mi metro sesenta escaso me servía para, si acaso y de puntillas, morderle las tetillas. Cuando apoyaba mis mejillas en las duras protuberancias de sus abdominales forjados, sentía el poder de músculos rocosos, de fibras endurecidas como el acero a base de varias horas diarias de gimnasio. Las palmas rosadas de sus manos eran tan extensas que podían rodear uno de mis muslos con facilidad. Sus pies eran casi el doble de grandes que los míos.
    
    El calor que despedía su cuerpo era comparable a una estufa viviente, una caldera siempre caliente, inagotable, salvaje, incombustible.
    
    No así su mente. Tierno y frágil como un niño de teta, Rodrigo ...
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