1. La chica de la tortillería


    Fecha: 31/08/2018, Categorías: Fantasías Eróticas Autor: Arandi, Fuente: CuentoRelatos

    ... desnuda era un costo extra, el que no dudé en saldar. Así que, sin decir palabra, comenzó a desnudarse. Decidí no incomodarla con preguntas obvias, por lo menos no hasta ese momento.
    
    Sacó de su bolso un envase de lubricante y un par de preservativos. Me colocó el condón y gocé cuando, por primera vez, ella tocó mi tieso miembro mientras colocaba el profiláctico.
    
    Me ofreció el convencional servicio oral y yo me recosté en la cama dispuesto a disfrutarlo. Pese a la membrana de látex, su boquita se sentía calientita, sin embargo, su inexperiencia era evidente.
    
    Yo ya no aguantaba y, sin decirle agua va, me levanté de la cama y la acomodé de a perrito. Se la dejé ir de un solo empujón. Me dijo que aún no había puesto el lubricante necesario y yo hice oídos sordos y me la seguí bombeando. Sé que ella aún no estaba excitada pero yo sí.
    
    Era delicioso saber que aquella chica, que hasta apenas unas semanas me despachaba las tortillas con una sonrisa en su bello rostro, ahora me brindaba su pucha por unos cuantos pesos más. Y eso sí, yo estaba dispuesto a disfrutar cada minuto de esas dos horas ya pagadas.
    
    En la posición de perrito estuve más de veinte minutos y, pese a sus pequeñas quejas, yo no paraba. Me encantaba ver como se veía a sí misma en un espejo colocado muy morbosamente en aquel pequeño cuarto. No habíamos dicho nada (ni ella ni yo) de sabernos conocidos, y me preguntaba qué podría estar pasando por aquella cabecita mientras se veía a sí misma siendo empalada ...
    ... por aquel que, tan sólo unos minutos antes, la había propuesto salir de cita de novios. Antes de la primera cita, yo ya me la estaba penetrandoy eso me prendió.
    
    Sin decirle nada, la recosté en la cama, coloqué sus piernas abiertas sobre mis hombros y así me la ensarté. La estuve bombeando mirándola directamente al rostro, pero ella evadía mi mirada. Julieta miraba a la pared con una expresión de pocos amigos, como si estuviera molesta.
    
    Cansado de su desdén, retiré sus piernas de mis hombros y me recosté sobre ella. Pasé una de mis manos bajo su nuca e hice, con suavidad, que su cabeza girara hacia mí. Por fin nos miramos directamente a los ojos, sin embargo, aún guardaba un inescrutable silencio.
    
    La bombeé lo más duro que pude, tratando de atravesar su impenetrable coraza, pero ella no emitió más que leves quejidos.
    
    —¿Por qué no dices nada? —le pregunté.
    
    —Decirte ¿qué? —entre leves quejidos, por fin ella me respondió.
    
    Mientras ella permanecía en silencio yo pensé: «¿Qué habría pasado si yo no hubiese ido a ese lupanar? De seguro ella nunca me habría confiado a qué se dedicaba, lo más probable es que ni su esposo sepa nada al respecto. Bueno, por lo menos le llevo esa ventaja a ese güey. Quizás él jamás lo sepa. Por mí no tengo problema con ello».
    
    Tras otro momento de silencio, en el que nos miramos fijamente, la besé. Ella evitó que lo volviera a hacer argumentando que aquello no estaba permitido. Las chicas no besaban a los clientes en la boca.
    
    Podía ...