El espartano
Fecha: 09/11/2023,
Categorías:
Anal
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... hasta llegar hasta su sexo, que me envuelve de su aroma a mujer. El ceñidor, símbolo de pureza, me impide ir más arriba, así que acaricio lentamente el prohibido, cuasi negado, rincón que empieza a arder a cada caricia.
- Hummmm- Gime, despertándose y abriendo los ojos.- Eutias…- susurra.
Me acerco a ella y la beso en los labios. Laís responde abriendo su boca, mordisqueando mi labio inferior, enredando lenguas en un lúbrico y lascivo ósculo que enciende las dos pieles hasta el máximo.
Mi erección ya pugna duramente con la escarcela, que la constriñe sin piedad. Hasta que las manos de mi prometida desatan esa parte de la armadura, que cae al suelo, amortiguando el estallido de su golpe sobre las mantas. La ligera coraza sigue a la metálica falda, y la acompaña en su destierro fuera de mi cuerpo. Luego va la ropa, mientras que mis dedos tropiezan en su búsqueda para desabrochar el ceñidor. Al final lo consiguen y el largo vestido que oculta sus formas no tarda en huir, mostrando el cuerpo desnudo de Laís. El khitón cae al lado del ceñidor y de mi uniforme, en el suelo, mientras nuestros besos se vuelven más torpes y pasionales, embrutecidos de pasión. Los labios ya salen de la boca compañera y besan, lamen, mejillas y cuello. Aferro las duras y pequeñas nalgas de Laís con mis dos manos amasando con ansia todo lo que mis dedos abarcan. Mi erección golpea en su vientre y por un momento me tienta el penetrarla de una vez.
Pero me es imposible. Por lo menos hasta que ...
... la diosa Hera dé la bendición a nuestro matrimonio. Hasta entonces, la caverna que esconde entre sus piernas es territorio vedado. Sólo las sábanas maritales pueden tener el honor de ser manchadas por su sangre virginal. Hasta entonces...
- ¿Hiciste lo que pedí?
- Sí, tal y como dijiste…
- Gírate…- Lo digo con una voz que no reconozco. Más que un susurro, es un suspiro bronco y derrotado, pero ansioso y brillante a la par.
- Eutias, ten cuidado…- Lo pide con voz temblorosa, pero obedece. Coloca sus manos en la pared y me ofrece la trasera de su bendito cuerpo desnudo.
Me agacho tras ella, separo suavemente sus piernas. Abro sus nalgas y lamo la quebrada que forman, que se ofrece limpia y atractiva ante mí. Al pasar mi lengua por su ano no puede evitar un escalofrío que la recorre, más aún cuando mi lengua desciende hasta encontrarse con la entrada de su sexo. Territorio vedado. No se puede atravesar, pero sí bordear, acariciar, rozar… Eso es lo que hago. Me embadurno la lengua de su sabor, ligeramente salado. Lo extiendo luego por la zona que acabo de dejar, y comienzo a sumar a las de mi húmedo órgano, las caricias de mi dedo índice.
Laís respira, inspira, espira y suspira, todo ello a una velocidad que va en aumento. La oigo jadear cuando mi dedo trata ser más personal. Su cuerpo no se opone. Al contrario, se relaja y acepta la intrusión de buen grado. Me cuesta unos minutos hacer que acepte un segundo invasor, pero igualmente mis dos dedos acaban buceando ...