Autopista
Fecha: 18/08/2024,
Categorías:
Masturbación
Autor: Bellota D I, Fuente: CuentoRelatos
—Y tú, ¿ya tuviste un orgasmo a 130 km/h?
Lo estaba provocando. Era claro que no.
Estábamos en el camino de regreso, avanzando en una autopista del Norte de Francia, después de un día de visita turística.
Lo conocía desde mi primer año de universidad, era uno de estos famosos “amigo de amigo”. Por casualidad, nos habíamos vuelto a encontrar hacía un mes, en un voluntariado de arqueología, y ocupaba desde entonces la mayoría de mis pensamientos. Había alimentado mis fantasías durante varios años y, por fin, se habían vuelto realidad en su carpa, en la mía, en el monte, en el río, en los baños del camping y en las callecitas oscuras de la ciudad medieval al lado de la cual nos alojábamos con el grupo de voluntarios. Cachábamos como desesperados, fuerte y violentamente, la mayoría del tiempo parados y sin tomar el tiempo de quitarnos la ropa. Lo mordía, me arañaba, nos agarrábamos con tanta fuerza que se habían marcado moretones en nuestras cinturas y nalgas.
Diego tenía una afición desenfrenada por el sexo, como la mía. Entonces, cuando me propuso visitarlo, una semana después del voluntariado, no dudé un minuto en cruzar la totalidad del territorio francés para encontrarlo.
Habíamos pasado dos días sin bajar de su cama. Me hacía pensar en este juego al cual jugaba de niña, cuando te imaginas que el piso es lava y que tienes que saltar de mueble en mueble para desplazarte en la sala, desesperando a tus padres. Después de esta estadía, en lo que Diego llamaba ...
... poéticamente el Continente de las Sábanas, él continuamente metido en mi boca o en mi concha, me había propuesto salir para hacer un día de visita y disfrutar del sol. Sonaba como un sacrificio asumido, animado por la amable intención de hacerme conocer su región un poco más allá de las paredes anaranjadas de su cuarto y de los lunares de su ingle. Había manejado hacia el puerto más cercano para pasear con el mar como telón de fondo.
El día había pasado rápido, nos habíamos divertido y ahora que estábamos en su carro, nos costaba contener las ganas que nos teníamos. En parte era mi culpa: apenas sentados, había puesto mi mano en su pierna. Ni habíamos hecho un kilómetro, y ya estaba amasando su verga a través de su jean. Era de buen tamaño y la encontraba deliciosamente presa de la tela, torturada por una erección contenida y, lo esperaba, pronto inaguantable.
Había pasado mi otra mano en el interior de mi sostén y acariciaba la curva cálida de mi teta. Diego me dio un vistazo y sonrió, volviendo a fijar su atención en la pista.
No era guapo. Tenía una nariz prominente, cejas gruesas y labios carnosos de los cuales me burlaba, “Tienes labios hechos para chupar pingas”, le decía. Era moreno, un poco más alto que yo y muy flaco, como si sus músculos delgados estuvieran constantemente tensos y atormentados por sus nervios.
La noche empezaba a caer en un largo atardecer de septiembre y no había mucho tráfico en la autopista.
—¿Tienes ganas? —me preguntó.
Dejé su ...