1. Masajes con final feliz (parte 1)


    Fecha: 22/08/2024, Categorías: Lesbianas Autor: Martina Paz, Fuente: CuentoRelatos

    ... cosas. Se me hizo imposible no viajar en el tiempo hasta la noche en la que compartí esa cama con mi hermana y con mi cuñado. ¿Me estaba excitando? Confirmé esa duda al sentir como se montaba sobre mis piernas y me frotaba la espalda cada vez con mas intensidad. Iba de mis nalgas a mi cuello. Subía y bajaba. Hacia círculos con sus manos y con sus codos. La sensación de relajación se mezclaba de manera escandalosa con la excitación. Una bomba nuclear estalló adentro mío cuando sentí el roce de sus pechos desnudos moverse sabiamente por mi espalda. Una nueva y aún más potente explosión ocurrió cuando me susurró en el oído: “Martina, sos hermosa”, para inmediatamente correrme el pelo y besarme el cuello.
    
    Comencé a arquearme débilmente, sintiendo todo el peso de su cuerpo sobre mí y su aliento muy cerca de mi oído. “¿Querés que pare?”, preguntó también en un susurro. “No, no”, fue lo único que atiné a decir. Siguió besándome suavemente. En un acto reflejo, comencé a mover la cabeza buscando su boca. No tuve que esforzarme tanto, ya que ella buscó la mía y me besó con un beso caliente y apasionado. Un instante después, dejó de montarme y me pidió que me dé la vuelta. Obedecí. Recién ahí noté la firmeza de mis pechos y la dureza de mis pezones. “Es increíble, cada minuto que pasa te pones más hermosa”, me dijo mientras volvía a montarse en mi cuerpo. Yo simplemente sonreí. Volcó aceite en mis tetas, luego en las suyas, y se agachó. Nos besamos mientras frotaba sus tetas con ...
    ... las mías. Estaban igual o más duras que las mías, por lo que temí que el roce, más el aceite, generara combustión y nos prendiéramos fuego. Sonreí y le conté este pensamiento, lo que la hizo largar una carcajada hermosa. En ese momento también sentí que ella se ponía más hermosa a cada instante. Su pelo era un revoltijo violentamente maravilloso de ver. Sus tetas, más grandes que las mías, parecían extraídas del catálogo de las maravillas del mundo. Sus ojos, negros y grandes, desprendían una luminosidad que solo imagino que puede existir en el infierno.
    
    Se sentó sobre mi vientre y comenzó a embadurnarme y masajearme las tetas. Yo la tomaba de los muslos, acariciando y apreciando esa firmeza. Tomó una de mis manos y la llevó hacia una de sus tetas. La palpé con timidez, pero sentía la imperiosa necesidad de apretarla con fuerza, de estrujarla, de llevarla a mi boca. Y así lo hice, atrayéndola con fuerza por la cintura. La inmensa suavidad, sumada al delicioso sabor a frutilla del aceite, hacían de esa parte de su cuerpo, un manjar. Chupé una, luego la otra. Intenté comerme las dos a la vez, mientras perdía mis manos en su hermoso y desordenado pelo.
    
    Ayudada por el aceite, se deslizó sobre mi cuerpo, hacia abajo. “Supongo que ya se te fue toda la timidez, ¿verdad?”, preguntó señalándome la tanga. Asentí sonriente, notando por primera vez que ella había estado desnuda todo el tiempo. Me la quitó con suavidad y maestría, como solo una mujer podría hacerlo. Hice el amagué de ...