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Repartidora de pizzas
Fecha: 02/09/2024, Categorías: Lesbianas Autor: Ivanvorpatril, Fuente: CuentoRelatos
Llegué tarde del trabajo, cansada y desde luego no me apetecía cocinar. Hacía mucho calor esa tarde, así que me deshice de todo la ropa sudada que había llevado por la calle. Me quedé solo con el tanga mas pequeño que tenía y un fino y pequeño kimono de satén por encima. Así que para no cocinar pedí comida a domicilio por teléfono. El repartidor aparcó el viejo ciclomotor tras la verja del jardín, vino hasta la casa sacándose el casco. El polo de la marca de pizzas le quedaba justo y cuando me fijé un poco mas me di cuenta de sus pechos pequeños, duros y muy firmes. Era delgada y su cuerpo fibroso. Su melena suelta al quitarse la protección enmarcaba su bonita cara de rasgos finos y definidos. Estaba trabajando así que le echaba unos diez y nueve o veinte años muy bien aprovechados. Llevaba la caja y la bolsa con los refrescos en sus manos pequeñas y bonitas, con las uñas pintadas de un rojo vivo. Un auténtico bocadito con el que acompañar mi cena. - Traigo las pizzas. Me dijo con una sonrisa. - Genial, tengo mucha hambre. Le contesté con mi expresión más lasciva a ver si ella pillaba el doble sentido. Con la impresión que ella me había causado intentaba provocarla. Al darle la espalda para buscar la cartera en mi bolso me incliné un poco mas de la cuenta. Sin doblar las rodillas y su vista se clavó en mis nalgas desnudas y puede que en la fina tira de tela que las separaba. Luego de frente para pagar, el escote abierto hasta el ombligo, le mostraba mis ...
... pechos casi hasta el pezón. Siguiendo su mirada incliné la cabeza y me di cuenta de que ella los había visto perfectamente. Yo a mi vez miraba sus pezones duros marcados en la tela fina de la camiseta, justo al lado del logo de la marca. No parecía que llevara sujetador y ese par de tetitas duras no debía necesitarlo. Se la notaba excitada, la respiración mas rápida, la piel enrojecida. Un rubor cubría sus finas mejillas al cruzar su mirada con la mía. No se atrevía a decir nada. En un gesto descuidado solté el cinturón de seda que cerraba el kimono dejándole ver casi todo mi cuerpo desnudo. El poco encaje rojo que apenas cubría mi depilado pubis a donde fueron casi de inmediato sus ojos. Mientras yo le pregunté: - ¿Te queda mucho para terminar? Por suerte me dijo que mi tardía entrega era la última. - Con esta pensaba irme a casa y relajarme. Así que le ofrecí compartir la comida que me había traído. Visto el interés que había demostrado en mi anatomía no esperaba que rechazara una invitación. - Para mi sola es demasiada cantidad. Podías ayudarme a consumirla, así que te invito a cenar. Cerré la puerta a sus espaldas con la frase: - ¡Ponte cómoda! Todo un cliché, pero efectivo para saber si de verdad ella se encontraba a gusto. Yo andaba descalza y ella empezó por ahí dejando junto a la puerta de entrada sus playeras y sus calcetines. Sus pies lucían cuidados con las uñas pintadas de un suave tono rosa más ligero que el de sus manos. Aunque ...