1. El vaivén del tren


    Fecha: 14/09/2024, Categorías: Fantasías Eróticas Autor: Kissmybody, Fuente: CuentoRelatos

    ... supongo, mi compañero alucinaba también en colores y ya se había echado mano a su paquete.
    
    La chica seguía levantando y bajando su falda insistentemente, cual si quisiese evacuar sus calores o volar de placer, ante lo cual pensé la novicia requiere auxilio, no vaya a ser que se me fugue por la ventana que estaba entreabierta como sus piernas por fin, uffff.
    
    La hice una señal que al final comprendió, pues igual era un poco tontita, lo cual me ponía un poco más, me siguió hacia el servicio que por suerte estaba libre, nos adentramos en él, imposible perderse, a duras penas entrábamos los dos, nos quitamos pantalón y falda primero y mientras nos besábamos yo la bajé sus bragas y ella a mí mi slip blanco, ya los dos más calientes que una locomotora, nos pusimos al lio, me senté en la minúscula letrina y la subí a horcajadas sobre mí, polvo más fácil difícil, solo tuve que agarrarla por la cintura y sentarla encima de mi salchicha que entró tan suave que parecía que la pusieron mostaza, o era lo que segregaba mi partenaire quizás.
    
    Solo tuve que aprovechar el vaivén del tren para que mi polla entrase y saliese sin apenas esfuerzo, la chica ...
    ... no hacía más que decir por dios, por dios, por los demonios que me corro en un tris, no vaya a ser que llamen a la puerta y nos corten el rollo.
    
    Ahora si me empleé a fondo y la cogí con fuerza con embestidas repetidas, hasta que ella ya susurraba muy bajito diosss, acabé corriéndome también y nos quedamos abrazados cual espíritu santo.
    
    Salimos y nos sentamos en nuestros respectivos asientos, sin hablarnos, sin mirarnos, ella se apretaba la falda sobre sus rodillas y miraba hacia arriba, como pidiendo perdón, yo estaba feliz, solo pedía perdón a mi madre pues iba a tener que lavarme los gayumbos de Calvin ya solo casi blancos.
    
    Mi compañero estaba mareado yo creo que se había masturbado en mi ausencia, había roto sus gafas y las dejó tiradas en el cenicero del tren, sin duda en mi presencia y la de la novicia se había obrado un milagro y mi compañero podía ver.
    
    La chica se bajó unas estaciones antes de la nuestra, veloz, sin mirar salió del vagón aún acalorada.
    
    Me puedo imaginar la noche en el convento quizás más de una compañera utilizase sus manos al oír el relato de su compañera, y no para elaborar buñuelos como era lo habitual. 
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