1. Memorias de África (III)


    Fecha: 16/10/2024, Categorías: Grandes Relatos, Autor: Carmen Van Der Does, Fuente: CuentoRelatos

    Me despertó el ruido que hacía al abrirse aquella especie de puerta hecha de hojas y ramas. Entraron tres mujeres, pero sólo conocía a dos. El centro de aquel poblado se había llenado de gente, estaba oscureciendo. Las mujeres llevaban mi ropa, y otra especie de calabaza llena de agua con aquellas esponjas de musgo con las que me habían lavado antes. Empezaron a hablar conmigo como si yo las entendiera.
    
    -¿Pero no os dais cuenta que no os entiendo? -les dije.
    
    Me pusieron de pie con las piernas abiertas y me lavaron, pero con más parsimonia que la primera vez. Me pusieron el short y la camiseta, pero no me dieron ni el sujetador ni las bragas, supongo que lo estaban “analizando”. Como no sabían la función de cada prenda, ni la forma de ponerlas, tuve que enseñarlas. Cuando terminamos me trajeron agua para beber y unos trozos de carne cocidas al fuego que me los comí con desesperación sin preguntarme de dónde venían o de qué tipo de animal eran. Comí y bebí con ganas hasta que no pude más, y cuando las mujeres se dieron cuenta de que estaba saciada se levantaron e hicieron señas para que las siguiera.
    
    En cuanto salí de la choza y caminé un par de pasos, todas las caras se volvieron hacia mí. Era de noche, pero el cielo estaba despejado, lleno de estrellas. Había una gran fogata en el centro de una especie de plaza. Un grupito de niños pequeños estaba separado del grupo principal jugando no sé muy bien con qué. Había bastantes cabañas parecidas a la mía, y dos mucho ...
    ... más grandes en uno de los lados. Me dejaron de pie junto al grupo, y las tres mujeres que me habían acompañado fueron a sentarse con el resto; me quedé quieta, observando las reacciones y siendo observada.
    
    ”Supongo que una vez que os hayáis cansado de mirarme, dejaréis que me vaya a mi celda”, pensé, pero no ocurrió nada de eso. Uno de los adultos se levantó.
    
    Era un señor mayor, no muy alto, al que inmediatamente le adjudiqué el título de “jefe”, más que nada por las canas y el aspecto de sabio ese que dan los años, aunque confieso que podía estar equivocada. Si ya tenía a Aifon, al supuesto jefe lo bauticé como Nokia, por seguir con la dinámica de los móviles y por viejo. Dos mujeres se acercaron a mí y empezaron a desnudarme. Me quitaron la camiseta, pero me dejaron los shorts, y me dieron la vuelta para mostrarme al respetable. Un “¡oooh!” recorrió el grupo. Unos no me quitaban la vista de encima, otros hablaban entre ellos, y del grupo salió un chico que no creo que tuviera más de 20 o 21 años.
    
    A pesar de aparentar tan joven, estaba desarrollado, unos pectorales casi definidos, espaldas anchas, y unas piernas que, a pesar de la luz tenue de la hoguera en la noche, pude ver que empezaban a coger forma de atleta. Se arrodilló delante de mí y hundió su cara en el short a la altura de mi sexo. Aquello me cogió por sorpresa, y no fui capaz de quitármelo de encima. Mordisqueó mis muslos mientras metía sus manos por debajo del short, y apretó mis nalgas con las manos. Se ...
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