Luna de fresa
Fecha: 28/10/2024,
Categorías:
Erotismo y Amor
Autor: Tristante, Fuente: CuentoRelatos
Era una noche de junio, en la que iba a haber un tiempo despejado, sin una nube y con plenitud de la luna de fresa, luna llena de junio, en pleno solsticio. Un tiempo tan agradable me hizo proponerle salir un rato, los dos solos, sin amigos, sin interrupciones, sólo ella y yo. Como casi siempre, me respondió con un SI lleno de ilusión y alegría, aunque me planteó un reto: ¡sorpréndeme! o ¿acaso no eres el rey de las sorpresas?
¡Y cómo me conoce, porque me encanta que me reten!
Nos pusimos en marcha, sin rumbo fijo... de momento. Mi cabeza empezó a dar vueltas sin parar, porque… me apetecía algo íntimo, pero muy especial. Eso sí, algo tenía claro, le encanta el vino, y sé cómo apenas dos o tres copas le despiertan fácilmente la líbido. Ya lo tenía. Puse el navegador y nos dirigimos a la playa. Allí disfrutaríamos de una cenita romántica en un pequeño restaurante que conocía prácticamente a la orilla del mar.
La cena fue distendida y relajada pero, eso sí, no faltó una buena botella de albariño muy fría que fue saboreada por ambos, quizás un poco más por ella, como yo había previsto. Los comentarios fueron dulces y tiernos, pero, a la vez, se fueron volviendo más picantes hasta ser directamente intencionados. El vino es su debilidad, y esta vez yo quería jugar con ventaja.
Acabada la cena, le dije que nos esperaba la brisa marina mientras recorríamos el paseo marítimo. Mi chica, con sonrisa inacabable y ojos infinitamente alegres, me asintió con la cabeza ...
... cogiéndome de la mano y llevándome a rastras fuera del restaurante, sin dudar ni un momento. Y es que sólo ella sabe cómo cogerme de la mano como nadie nunca lo ha hecho antes.
Empezamos a caminar por el paseo marítimo, en dirección justamente hacia donde teníamos el coche aparcado.
Y fue entonces que me dijo de ir a la arena a ver la luna, a lo que le contesté que sería mucho mejor que fuera la luna quien nos mirara a nosotros. Riéndose me preguntó que le estaba proponiendo y, tras besarla apasionadamente, le pedí que me esperara dos minutos. Rápidamente me acerqué al coche y recogí del maletero una pequeña mochila-nevera y una manta de viaje que siempre llevamos. Como siempre la previsión, mi gran baza.
Totalmente sorprendida de cómo volvía de cargado, fue ella la que esta vez me abrazó y besó sin mesura, con mis manos tan lamentablemente ocupadas con los bártulos que traía conmigo.
Quitándonos los zapatos nos metimos en la arena y nos acercamos a la orilla, escogiendo un lugar alejado de miradas indiscretas. Me cogió la manta y la extendió sobre la arena. Dejé la nevera y nos tumbamos sobre la manta, ofreciendo nuestro beso más húmedo a la envidiosa luna que ya sólo atinaba a mirarnos, como de reojo.
Tras unas cálidas y tiernas caricias, me detuve y abrí la mochila. De ella extraje una pequeña caja, dentro de la cual había un vaso con una vela y unas cerillas. Al encenderla, su luz se reflejó en sus preciosos ojos. Mis manos extrajeron a continuación una helada ...