Mi odiosa madrastra, capítulo 11 + epílogo
Fecha: 25/11/2024,
Categorías:
Hetero
Autor: dickson33, Fuente: RelatosEróticos
... querían hacer una videollamada, pero me negué. No estaba de humor para eso. Tampoco tenía ganas de contarles que al fin me había acostado con mi madrastra, aunque seguramente se dieron cuenta de que mis preguntas estaban relacionadas con ella.
Me acosté temprano, sin siquiera ir a cenar. Nadia me envió un mensaje. Supuse que se debía a mi ausencia en la cena, pero la verdad es que ni tenía hambre, ni tenía ganas de verla, así que no le contesté.
Y sin embargo, cuando estaba conciliando el sueño, no pude evitar recordar los polvos que le había echado hacía un par de días. Realmente era descorazonador pensar que nunca volvería a repetirse esa sesión de sexo intenso que habíamos tenido. Incluso me embargó cierto temor al imaginar que en cuestión de tiempo, aquella noche quedaría en mi memoria como si no fuera más que un sueño lejano. No me quedaba más que recurrir a las viejas prácticas onanísticas, pues si no lo hacía, iba a desvelarme nuevamente. Necesitaba relajarme y dejar de pensar en Nadia. En ella, y en cada una de las sensuales partes de su cuerpo.
Escupí mi mano y unté al glande con la saliva. Sentí un placer intenso, pero que no se comparaba a lo que había sentido cuando la lengua de víbora de mi madrastra me había hecho esa espectacular mamada.
Estaba en plena paja cuando golpearon la puerta.
Retiré la mano de mi entrepierna, y la saqué con la sábana.
— ¡Qué querés! —dije.
— Necesito decirte algo con urgencia —respondió, del otro lado de la ...
... puerta.
— Okey, pasá —accedí, intrigado por eso que tenía que decirme.
Nadia entró a mi habitación. No pude evitar sentir vergüenza al imaginar que podría llegar a notar que me había estado masturbando. Quizás había un leve olor en el aire.
Traía una bandeja en donde había un plato con una porción de pastel de papas, otro más pequeño con budín de pan con abundante crema encima de él, y finalmente un vaso de vino.
— Como imaginé que eras capaz de no cenar sólo por estar molesto conmigo, te traje la comida —dijo.
Bordeó la cama, y apoyó la bandeja sobre la mesita de luz. Vestía el ceñido vestido negro que yo bien conocía. Está de más decir que era una prenda que resultaba innecesaria —y casi absurda—, dada el contexto en el que la estaba usando.
— No tengo hambre —dije, y sin esperar respuesta, agregué, tajante, señalando la bandeja—: Podés llevarte eso nomás —aunque lo cierto era que el olorcito del pastel de papa ya me había abierto el apetito.
Nadia se sentó al borde de la cama. Agarró la bandeja y la puso sobre el colchón, en medio de nosotros.
— A ver, vamos a hacer que el bebé gruñón coma algo —dijo, haciendo caso omiso a mis palabras.
Agarró el tenedor y cortó un trozo de pastel, para luego acercármelo a la boca.
— No estoy de humor para tus juegos —dije.
— No es un juego —respondió ella, sosteniendo el tenedor a centímetros de mi boca—. Si no comés algo, no voy a poder dormir tranquila.
Me acarició la mejilla con ternura. Sus ojos brillaron ...