1. Café


    Fecha: 22/01/2025, Categorías: Erotismo y Amor Autor: Havelass, Fuente: CuentoRelatos

    Semanas después supe su nombre: Ángela. Ángela venía muchas mañanas a desayunar a mi bar desde hacía poco tiempo, quizá tres semanas. Yo suponía que habría encontrado empleo por la zona recientemente, porque nunca la había visto antes y, por descontado, no era la típica cliente del vecindario: a estas las reconocía inmediatamente. Ángela era una mujer que aparentaba tener un poco más de la treintena; era guapa, de facciones suaves y finas; tenía una negra melena larga y rizada, calzaba tacones y vestía jeans ajustados, camisa blanca y americana. Ángela llegaba, se sentaba frente a la barra y pedía la consumición: "Un café con leche doble y un cruasán".
    
    Mi empleado la servía puntualmente, mientras yo, a apenas tres metros, junto a la caja, la observaba. Ver sus labios salidos sorbiendo despacio el café caliente, me excitaba. Un día, no pudiendo más, me ausenté de la caja, fui a la oficina y me hice una paja. Ah, qué paja, imaginando mi polla entrando y saliendo de esos bonitos labios. Otro día, se me ocurrió una idea, un fetichismo: ¿por qué no agregarle mi semen al café que se tomaba Ángela? Sería, ¡la ostia!, ¡me haría mejores pajas! Y otro día, lo llevé a cabo. Me pajeé a primera hora, cómo no, pensando en Ángela, y guardé el semen en un vasito de chupito que oculté en una de las neveras. Luego, le dije a Vicente, mi empleado, que le quería ayudar en su ardua tarea de hacer cafés y cuando vi a Ángela detrás de la barra, le dije a Vicente: "Yo hago el de la señorita". ...
    ... Puse el café, puse la leche y, disimuladamente, abrí la nevera y añadí el contenido del chupito. Ángela se lo bebió. Lo repetí varias veces. Ella, se ve, no notaría severos cambios en el sabor; como mucho, una vez me dijo Vicente que había mencionado el preciado amargor del café.
    
    Por lo demás, mi vida era bastante monótona. El bar, la casa, mi mujer, mi hija... Mi mujer, aunque yo llegaba a casa alrededor de la medianoche, siempre me esperaba despierta. Mi mujer, Adela, era una hembra carnosa que tenía unas tetas estupendas, redondas, gruesas, con morenas areolas y pezones; tenía algo de tripita y un culo orondo. Tenía cuarenta y ocho años, los mismos que yo, sin embargo conservaba un rostro juvenil. "Alejandro", este soy yo, "mañana te llevaré al bar un puchero que acabo de cocinar, debes alimentarte mejor, te estás quedando en los huesos con tanto trabajo, y más ahora, que me ha dicho la Paquita que hasta te has puesto tú a dar los cafés"; "Adela, hay que ayudar", apostillé. Por las noches, una sí y otra no, mi mujer y yo follábamos, sin armar demasiado escándalo para no despertar a la nena, cuchicheando nuestros espasmos, en la postura del misionero.
    
    Pero aquella noche fue distinta. Eran las once y media. El bar estaba cerrado. Vicente se había ido ya y había dejado la persiana a medio levantar. Yo estaba dentro del bar cuadrando la caja. Entonces, oí un ruido. Alcé la cabeza. Vi que alguien intentaba pasar por debajo de la persiana; al principio, me alarmé; sin ...
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