Torturando a mi sumiso
Fecha: 18/02/2025,
Categorías:
Dominación / BDSM
Autor: DominAma, Fuente: CuentoRelatos
... puto mentiroso”
Pero no cedí a pesar de que mis fuerzas empezaban a flaquear y mi cuerpo apenas seguía de pie por los grilletes de las muñecas. Seguiste un buen rato, pero supongo que alertada por mi piel abierta para ti, dejaste el látigo y volviste al baúl, concediéndome un descanso que claramente necesitaba.
Estuviste un rato rebuscando en el baúl de juegos y después sentí cómo me desatabas. Agarraste con tus pequeñas manos mi polla y mis huevos y con determinación nos dirigimos a la mesa. Me dijiste que me subiera y me pusiera boca arriba, y obedecí inmediatamente. Cuando lo hice empezaste a atarme hasta dejarme completamente inmóvil. Retiraste la mordaza y volviste a preguntarme:
“Pedro, ¿de verdad vas a ser tan orgulloso? No pienso parar, ahora por mis huevos que voy a sacarte esa puta frase. Dime lo que quiero escuchar y volvemos al salón. ¿Qué eres?”
Te miré a los ojos con rabia y contesté:
“Soy la puta de Laila. Pero no soy ningún mentiroso”
Sonreíste y acariciando mi pelo, dijiste:
“Puta orgullosa. Veremos lo que tardas en cantar como un canario”.
Entonces tapaste mis ojos con un pañuelo, de modo que no podía saber lo que estabas haciendo. Pero no tardé demasiado en comprobarlo en mi propia piel, ya que un intenso calambrazo recorrió mi entrepierna. Habías cogido el aparato de descargas eléctricas que no usábamos mucho, porque te había dicho muchas veces que era muy doloroso. Pero hoy no era un día para preguntar gustos o ...
... preferencias. Era un día para torturarme hasta arrancarme una confesión que, por cierto, no estaba dispuesto a darte.
Después de darme descargas en los huevos, en la polla, en los pezones o en la lengua, mis fuerzas se vieron seriamente disminuidas. Notaba que todo me pesaba, pero aunque me preguntabas una y otra vez qué es lo que era, no cedí y seguí insistiendo en que no iba a decir algo que no soy. Tu te reías, y notaba cada vez más excitación en tu voz, ya rasgada.
Después de un rato de descanso, sentí una pinza de metal en mi pezón izquierdo. La apretaste bastante y después repetiste el ejercicio con mi pezón derecho. Sabes que tengo los pezones hiper sensibles y que termino llorando y suplicando de dolor que retires las pinzas… pero pensaba aguantar, porque no me considero un mentiroso. Después ataste fuerte mis testículos y los enlazaste con los dedos gordos de los pies, manteniendo la cuerda muy tensa de forma que, ante cualquier movimiento, sufriría dolor provocado por mí.
Comenzaste a golpearme con una vara. Primero en la planta de los pies, pero enseguida los golpes fueron repartiéndose por todo mi cuerpo. Ardía de dolor y gritaba sin parar que por favor no siguieras. Entonces paraste y me dijiste:
“Vaya. Veo que empiezas a entrar en razón. ¿Quieres que pare, mi amor?”
Contesté que sí, que quería que pasares, y entonces preguntaste:
“Claro que sí, mi niño. Pero antes, contesta a una pregunta: ¿Qué eres?”
No contesté. Me quedé callado y volviste a ...