La V. de C.
Fecha: 01/11/2018,
Categorías:
Dominación / BDSM
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
Las normas
Algunos recuerdos guardan ese sabor extraño entre lo irreal y lo vivido, es sin duda difícil el discernimiento del umbral entre lo real y lo fantástico en aquel lugar donde las experiencias se mezclan con lo deseado y forman una dulce nebulosa de recuerdos y sensaciones.
Thomas R. apenas rondaba los catorce y su constitución delgada y nerviosa, encajaba bien con ese flequillo rubio y la cara de pillastre que correteaba entre bromas y empujones por los pasillos del antiguo y prestigioso Colegio en el que estudiaba. Era una tradición familiar pues su padre ya había estudiado en el mismo lugar que regentaba una Orden Religiosa Católica.
Como todos los muchachos de su edad, adornaba sus piernas con algunas pequeñas heridas y moraduras que eran bien visibles gracias a los pantalones cortos del uniforme azul marino y burdeos que todos los alumnos debían vestir.
Era una suerte para él vivir en la pequeña ciudad donde estaba edificado el colegio pues eso le permitía ir a casa a comer y no estaba sujeto a las reglas de internado que sus compañeros menos agraciados debían cumplir, nunca entró en las habitaciones de los internos pero se intuía una dura vida y las instalaciones de ducha común, a las que sí se había asomado, no eran demasiado atractivas comparadas con la calidez del hogar materno.
Como todas las instituciones que se precien, el St. Holster. Era de unas proporciones desmesuradas, contaba con cine, polideportivo, pistas de atletismo, biblioteca, ...
... museo de ciencias y una enfermería que, como el resto de las dependencias estaba a cargo de un fraile de la Orden, al que se le suponían ciertos conocimientos médicos.
El hermano enfermero era en realidad uno de los más afables y simpáticos de todos, tal vez por su edad algo más avanzada o quizás por no estar dedicado a la docencia como sus compañeros, siempre estaba dispuesto para una cura de las frecuentes caídas en el patio o para tratar las indigestiones de chucherías de los más tragones, desde aquella sala retirada y blanquecina que estaba al final del pasillo de los sótanos del ala oeste del edificio, junto a las cocheras y almacenes de alimentos.
Bajar a la enfermería no era cosa de cobardes, el sonido bullicioso de los niños se perdía en la lejanía y se tornaban resonantes los pasos a medida que uno avanzaba por aquel largo y solitario pasillo de los sótanos, hasta llegar a una puerta blanca con los cristales traslúcidos y una enorme cruz roja pintada en el centro de uno de ellos. Una vez dentro, el aspecto de la sala contribuía bien a aumentar la desazón del visitante pues desde el centro vigilaba amenazadora una aparatosa mesa de curas de principios de siglo, cubierta por una limpia sabana blanca y como decorado ideal se hallaban rodeando a la mesa unos armarios de cristal que contenían toda serie de instrumentos quirúrgicos de aspecto terrible y algunas mesillas portátiles con bandejas cromadas, gomas de látex y gasas.
Pero la sensación de miedo y el fuerte ...