1. Otra cosa


    Fecha: 26/03/2025, Categorías: Erotismo y Amor Autor: Havelass, Fuente: CuentoRelatos

    "Chúpamela, Cristina, chúpamela", rogué a mi esposa. Esta se arrodilló frente a mi, frente al sofá, y se metió mi polla en la boca. Mi esposa la chupaba bien: sin prisas y sin gestos de cara a la galería, quiero decir, sin imitar a esas chupadoras de pacotilla que salen en los videos porno, que adoptan posturas bastante poco probables para hacer una buena mamada, mi esposa simplemente pasaba sus labios semiabiertos sobre el glande, el prepucio y el tronco, hacia delante y hacia atrás, en un vaivén sostenido, es decir, con un ritmo continuado. Yo, para excitarme más, miraba cómo mi polla entraba y salía de ella, cada vez más hinchada. Mi esposa gemía: eran gemidos guturales, sordos, que significaban que también a ella le estaba gustando. "Oh, sigue, sigue, ya viene, ya viene", le dije para avisarla de la corrida. Entonces ella apresuró sus empujes, pues quería que yo me corriera bien, en condiciones, que no me quedara ni una gota de semen sin expulsar. "Ooohhh", y me corrí.
    
    "¡Bernardo, vamos, se hace tarde!", exclamó mi esposa; "Voy, Cristina, voy", respondí. Íbamos a recoger a nuestros nietos, un niño y una niña, a la casa de mi hija, recién separada de su marido. Cristina abrió impaciente la puerta de nuestro dormitorio y me vio delante del espejo del armario. "Venga, Bernardo, no seas coqueto, que sólo vamos a recoger a los nietos para llevarlos a ver las luces de Navidad"; "Pero, pero, eso es en el Centro, tengo que ir bien arreglado"; "Estás bien así como estás, ...
    ... venga". Salí del dormitorio. Después salimos Cristina y yo a la calle. Cristina se había vestido para la ocasión de cintura hacia abajo con una falda azul plisada, que le cubría las medias negras, hasta las pantorrillas; más abajo, unas manoletinas. De cintura para arriba, Cristina iba tapada hasta el cuello con un anorak rojo. Yo iba como siempre: zapatos castellanos, pantalones vaqueros rectos, camisa, jersey y cazadora.
    
    Llegamos al portal del piso donde vivía mi hija y tocamos al porterillo. "Papá, mamá, ya bajan". Esperamos unos minutos. Iba haciéndose de noche. Pronto las leds se iluminarían en casi todas las calles de la ciudad haciendo las delicias de los peques. "¡Abuelo, abuela!", gritaron nieta y nieto nada más vernos tras salir del portal. Mientras, arriba:
    
    "Lola, ¿se han ido ya?"; "Ay, sí, Diego, qué impaciente eres..."; "Lola, quiero beber de tus tetas"; "¡Ja!, va a ser que no"; "Vamos, Lola, por fa-vor"; "Qué tonto eres, Diego, ¡pues claro!, pero... bébeme a mí entera". Dicho esto último, Lola se quitó el pijama, y Diego la tomó en brazos para llevarla a la cama y follarla con todas sus ganas. Lola era como Cristina, una versión de esta pero sin la flacidez en las carnes que conocía Diego.
    
    "¡Diego, ah, ah, Diego!"; "No grites, Cristina, o despertarás a tu marido"; "Le he dado Valium"; "Ja, ja, ja"; "Ríe menos y folla..., ah, Diego". Se conocieron porque vino un día a su casa a ponerle la vacuna de la gripe por prescripción de su médico de familia, y Bernardo ...
«123»