1. Una fuente incomparable de fruición


    Fecha: 29/04/2025, Categorías: Bisexuales Autor: Daigarus, Fuente: CuentoRelatos

    Ernesto era un hombre de piel blanca amarillenta, cabello rubio y lacio que le llegaba hasta los hombros, cejas peludas, ojos celestes, pestañas invisibles, patillas salientes, mejillas rojizas, tabique hundido, nariz grande con aletas amplias, labios bien rosados, mentón normal, cuello forrado con manchitas blancas, hombros bien desarrollados, pectorales marcados, abdomen definido, cintura delgada, extremidades fibrosas, manos huesudas, uñas transparentes con cutículas oscuras. Tenía veintiséis años de edad y medía un metro setenta y ocho. Era lampiño, casi pelado. Tenía voz de locutor, se le entendía a la perfección cuando hablaba.
    
    La poderosa tempestad había estado presente desde hacía más de una semana, todo el entorno estaba húmedo, las calles y avenidas estaban encharcadas, los terrenos baldíos parecían piscinas, los lagos y arroyos estaban desbordados, la erosión hídrica había echado a perder huertas y jardines, las terrazas y los techos estaban empapados, las viviendas estaban mojadas y la temperatura se mantenía por debajo de los veinte grados centígrados.
    
    Ernesto se había tomado unos días libres del trabajo y, debido al horrendo clima, tuvo que quedarse encerrado en su casa como si estuviera cumpliendo prisión domiciliaria. Vivía en una pequeña morada grisácea, con techo en mal estado, puertas macizas, ventanas con celosías, pisos monocromáticos y paredes dañadas. Tenía una cocina-comedor, una sala, el baño y un patio que compartía con varios vecinos. Afuera ...
    ... siempre había ropa colgada en el tendedero y niños ruidosos que hacían escándalo.
    
    La vecindad en la que se encontraba no tenía nada de malo, a excepción de la puerta de entrada que se estaba cayendo a pedazos. Todos los que allí residían eran personas de clase media, personas que vivían con lo justo y quizás un poquito más. La relación de Ernesto con los demás miembros de la vecindad era regular, ni buena ni mala. Ahí ninguno podía lucirse de sus riquezas ni pavonearse de sus trabajos. Todos sabían muy bien lo difícil que era ganarse el pan de cada día.
    
    Ernesto ya llevaba cinco años trabajando en obras de construcción con varios compañeros. Algo que compartían todos ellos era la soltería, ninguno conseguía una pareja estable o una persona fiel con la que pudiese expresarse libremente. Durante los ratos libres, se juntaban entre los albañiles y conversaban sobre experiencias personales. Había un ingeniero simpático y de buen hablar que siempre hacía reír al grupo con sus ocurrencias. Se trataba de Javier, el más afable de todos. Le gustaba contarles a los demás lo que hacía los fines de semana.
    
    Javier era un hombre fornido de piel morocha, cabello bien corto de color negro, cejas finas, ojos cafés, nariz ancha con aletas amplias, labios grandes y morados, dientes blancos como perlas, mentón circular, protuberante nuez de Adán, hombros definidos, pectorales bien trabajados, abdomen marcado, cintura ancha, extremidades fibrosas y manos grandes. Tenía treinta y siete años ...
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