Tormenta de sexo
Fecha: 24/06/2025,
Categorías:
Hetero
Autor: Tristante, Fuente: CuentoRelatos
El inesperado cambio meteorológico de la última media hora había traído consigo una plomiza tarde de finales de verano, enterrada por una densa, enorme y triste nube gris que parecía pesar sobre nuestros adormilados cuerpos recostados en aquella fina arena de la playa donde mi chica había sugerido retozar la siesta de domingo y yo, más contento que unas “pascuas”, había aceptado.
La brisa húmeda y fría de levante nos empezaba a incomodar por momentos y atisbé en el horizonte una segura tormenta que no tardaría mucho tiempo en alcanzarnos.
Un tenue beso a su preciosa cara la rescató del limbo en el que se encontraba entre mis brazos y le susurré que deberíamos irnos, a lo que se me rebeló con un lamento indescifrable que mostraba su fastidio de interrumpir la dulce tarde de abrazos con que se había ilusionado.
Con mi serena, pero pícara, sonrisa, le dije que no se preocupara, que jamás iba a permitir que nada ni nadie nos quitara nuestra tarde.
Tiré de ella para ponerla en pie y caminamos juntos hacia donde teníamos el coche, pero, de camino, me detuve un momento en una pequeña tienda de comestibles donde compré unos bocatas, agua y dos refrescos. Recargué la pequeña nevera que traía conmigo y la cogí de nuevo de la mano para iniciar nuestra imprevista aventura.
Al mirarla a los ojos, los vi con mi brillo preferido, ese que colorea de tanta ilusión nuestro amor, y que completamente nos envuelve cuando estamos cerca el uno del otro.
Me preguntó dónde íbamos ...
... y le contesté: “¿Contigo?, ¡al fin del mundo!”
Subimos al coche y me dirigí al acantilado del cabo que está a unos pocos kilómetros. Estaba a empezando a llover, y el gris del cielo del final de la tarde se oscurecía rápidamente.
Llegamos en apenas diez minutos, con una lluvia ya intensa cayéndonos encima, y acerqué el coche lo máximo al borde del mar. Desde allí, las vistas eran impresionantes. Parecía estar remitiendo la lluvia, pero el paisaje del mar embravecido bajo un cielo de negras nubes sobre un fondo gris, nos dejó absortos en un momentáneo silencio sepulcral.
Rugí un “¡tengo hambre!” al que, sonriéndome, me exclamó… “vamos a comérnoslo todo”, mientras sacaba los bocatas y los refrescos.
Al tiempo que comíamos, nuestros ojos iban cambiando de mirarnos el uno al otro a contemplar la descomunal fuerza de la naturaleza que se lucía ante nosotros.
De repente, vimos un enorme rayo caer sobre el mar iluminando estrepitosamente el infinito horizonte. Mi chica acompañó su repentino pequeño grito a un fuerte abrazo buscando acoplarse a mi cuerpo. La rodeé con mis brazos fuertemente y le susurré: “está todo bien”
Levantó sus ojos y me miró. En apenas unos segundos, esa leve sensación de miedo se transformó en una profunda mirada de la que empezó a emanar una enorme lujuria.
La besé apasionadamente. Nuestras lenguas empezaron a navegar hasta zozobrar dentro de nuestras bocas mientras fuera se desataba la mayor tormenta que podríamos recordar jamás.
Su ...