1. El intrincado mundo de la sumisión


    Fecha: 27/12/2018, Categorías: Sexo con Maduras Autor: OscarVilla, Fuente: CuentoRelatos

    ... sí, que cuente conmigo.
    
    Así lo hizo aquella misma noche y ambos quedaron de acuerdo en que la cita sería en fecha y hora que se anunciaría con muy poca antelación y que caso de no comparecer jamás volverían a ser convocados.
    
    Y allí estaban, él sentado en un rincón de la barra y su mujer, desnuda, cargada de cadenas, en lo alto de un escenario para goce y disfrute de aquellos hombres y mujeres que pujaban de forma casi vehemente.
    
    Por fin le llegó el turno. El presentador la llamó por su nombre y ella avanzó unos pasos para mejor mostrar sus pechos desnudos y su sexo rasurado. Siguiendo las órdenes que iba recibiendo primero se giró para que pudiesen ver su culo y sus nalgas y más tarde se echó al suelo para abriendo las piernas mostrar su sexo desnudo de vello. Estaba hermosa, con su cuerpo elegante y sensual, atraía las miradas de todos aquellos hombres hambrientos de sexo.
    
    Comenzó la puja. Unos y otros iniciaron una vertiginosa carrera para adquirir la mercancía. Fue pasando de amo en amo, de poseedor en poseedor, alcanzando unas importantes cantidades. Al final una voz desde el fondo de la sala gritó.
    
    - Somos dos. Así que pujamos el doble.
    
    Hubo un silencio. La puja había alcanzado una cantidad considerable y eso hizo ...
    ... desaparecer a cualquier posible contrincante.
    
    - A la una, a las dos y a las… tres. La mujer es vuestra.
    
    Dos negros de imponente tamaño surgieron como ojos de la noche del fondo de la sala. Se dirigieron al escenario y cargando a su mujer sobre el hombro, sin miramiento alguno, se la llevaron escaleras arriba. Allí gozaron de ella, sin limitaciones, durante toda la noche.
    
    Pidió otra copa y allí siguió durante lo que quedaba de noche esperándola, aguardando mientras aquellos dos negros la usaban como si de algo suyo se tratase. De sobra sabía lo que estarían haciendo con ella. Por un momento lo pensó y se imaginó a su mujer sometida, esclava del placer de aquellos individuos que no pararían de penetrarla, de sodomizarla, de obligarla a que con su boca les realizase interminables felaciones; sería atada, amordazada, arrastrada por el suelo; sus puños entrarían en su sexo y finalmente orinarían sobre ella mientras alcanzaba el mayor de todos los orgasmos.
    
    Se dio cuenta que con aquello su mujer gozaba y por eso, de alguna manera, se sintió gratificado.
    
    Con los primeros rayos del alba vio a su mujer bajar por aquellas escaleras, desnuda, exhausta, destrozada. Se miraron a los ojos y ella le devolvió una sonrisa de felicidad que le iluminó el rostro. 
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