Aburridas
Fecha: 10/08/2017,
Categorías:
Fantasías Eróticas
Autor: XAVIA, Fuente: CuentoRelatos
... mereces. Que nos lo merecemos ambos. Será una sola vez, la última, y te prometo que no te arrepentirás.
Negué, pero él también notó la poca seguridad de mi voz. Sólo será un vez más, te necesito. Mis piernas temblaron de nuevo, mi sexo se licuó. Sólo una vez, respondí. Te espero esta tarde en mi casa. ¿Hoy? Es Navidad, objeté. Considéralo un regalo que nos hacemos mutuamente.
A las cuatro de la tarde aparcaba el Mini Cooper que Abel me regaló para mi cumpleaños en el mismo parking que Bibi había utilizado. Subí hasta el cuarto piso ataviada con un abrigo largo para protegerme del frío, pues siguiendo sus instrucciones me había vestido como una buscona. Falda corta, tanto que no cubría la blonda de las medias, camiseta ceñida y sin sujetador.
Crucé la puerta del piso que había dejado entornada, el corto recibidor y entré en la sala donde me esperaba sentado en su trono, en bata. Quítate el abrigo. Me escrutó como al trozo de carne en que me había convertido un buen rato, hasta que me felicitó por mi disfraz, de fulana, especificó, pues hoy es un día especial, será un día especial.
No quiso que me desnudara. Acércate. Me arrodillé ante mi señor, abrí la bata y comencé el último contacto que iba a tener en mi vida con aquella maravilla. Era una despedida, así que di lo mejor de mí, esmerándome, recorriéndola, con la firme intención de dejar huella. Pero me detuvo poco antes de llegar al orgasmo.
Me quitó el top, amasó mis pechos, pellizcó mis pezones, mientras ...
... mis gemidos se tornaban jadeos, hasta que coló la mano entre mis piernas. Estás empapada. Cerré los ojos sintiendo la llegada de un orgasmo que me recorrería de arriba abajo, pero se detuvo. Lo miré sorprendida, turbada, rogando que continuara, pero me tomó de la mano levantándonos para llevarme a su habitación, cuya puerta también estaba entornada.
Reanudó las caricias a mi sexo mientras cruzábamos el umbral, sosteniéndome de la cintura para que no defallera. Me apoyó contra la pared, abrí las piernas tanto como pude, rogándole que acabara el trabajo. Y entonces lo noté. Una presencia.
Gentilhombre me miraba, sucio, sentado en un lado de la cama. No, suspiré, ¿qué hace él aquí? Traté de protestar, pero los dedos de mi hombre no me dejaban pensar. Otra vez el orgasmo estaba aquí. Pero de nuevo se detuvo.
¿Quieres correrte? Por favor. ¿Quieres correrte? Por favor, lo necesito. ¿Quieres correrte? Sí, necesito correrme, te lo ruego. Arrodíllate, ordenó sentándose en el filo de la cama. Chupé con ansia, con avidez, con gula, jadeando como una perra.
Noté claramente como Gentilhombre se movía, me rodeaba, me levantaba la diminuta falda y apartaba el tanga para colar su asquerosa mano entre mis piernas. Lo necesito, me repetí, necesito correrme, pero de nuevo, cuando me acercaba al orgasmo, aquellos dedos callosos me abandonaron. Un no lastimero surgió de mi interior, pero Caballero me tranquilizó. Ya llegas cariño.
No fue una mano la que me llevó a explotar, no fueron ...