Viaje para reconectar con la naturaleza, y terminamos conectando nosotros
Fecha: 14/09/2025,
Categorías:
Sexo en Grupo
Autor: elifsexy, Fuente: RelatosEróticos
El viaje empezó como cualquier otro, con la promesa de aire fresco y una escapada de la monotonía de la oficina. Mis amigos, una pareja a la que adoro, me invitaron a un fin de semana en las afueras. Él, con sus 36 años y una sonrisa que siempre parece esconder un secreto, y ella, con sus curvas generosas y una risa que llena cualquier habitación. Los quiero como a la familia, de verdad. Pero algo en el aire ese día era diferente, cargado con una electricidad que no supe descifrar hasta mucho después.
El camino fue largo, lleno de canciones a todo volumen y paradas improvisadas para comer en puestitos de carretera donde la comida grasienta sabe a gloria. Nos alojamos en un hotelito modesto, de esos que huelen a lejía y tienen las sábanas con ese tacto áspero de algodón barato, pero a nadie le importó. Compartimos una habitación con dos camas dobles, para ahorrar, y después de dejar las maletas, salimos a explorar.
La tarde se nos fue entre senderos polvorientos y selfies absurdos. Pero al caer la noche, de vuelta en la habitación, el ambiente comenzó a cambiar. Habíamos comprado una botella de vino tinto y la estábamos compartiendo, sentados en la alfombra gastada, riéndonos de tonterías. Él se recostó contra la cama y ella se acomodó entre sus piernas, con la espalda contra su pecho. Yo estaba frente a ellos, cruzada de piernas, y recuerdo que mi pie rozó accidentalmente el muslo de ella. En lugar de apartarlo, ella lo sostuvo con su mano, caliente y suave. «Qué pie ...
... más pequeño», murmuró, y su mirada se encontró con la mía. No era la mirada de siempre. Había una intensidad allí, un desafío silencioso.
El vino nos había relajado, soltando lenguas y inhibiciones. Él comenzó a masajearle los hombros a ella, y sus dedos se deslizaron hacia adelante, acariciando levemente la parte superior de sus pechos por encima del escote del vestido. Ella cerró los ojos y dejó escapar un suspiro. «¿Te gusta?», le preguntó él, pero su mirada estaba fija en mí. Asentí, sin poder articular palabra, la garganta seca. Mi corazón latía con fuerza contra mis costillas.
Fue ella quien rompió el hechizo final. Se levantó con una fluidez sorprendente y se plantó frente a mí. «Siempre he querido saber cómo se siente tu piel», dijo, y sus dedos me tocaron la mejilla. Era una caricia tan íntima, tan fuera de lugar, que contuvo la respiración. Detrás de ella, él observaba, con los ojos oscuros y una sonrisa tranquila, como si todo estuviera sucediendo exactamente como lo había planeado.
Ella se inclinó y me besó. No fue un beso de amiga. Fue lento, profundo, explorador. Sabía a vino tinto y a la barra de labios que siempre usaba. Sus manos se enredaron en mi cabello mientras la mía, casi por voluntad propia, se aferraron a sus caderas amplias y generosas. Cuando nos separamos, jadeantes, él estaba justo detrás de nosotros. «Me estoy perdiendo lo mejor», murmuró contra mi nuca, y sus manos rodearon mi cintura, tirando de mí hacia atrás, contra su cuerpo. Podía ...