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Tentación prohibida
Fecha: 19/09/2025, Categorías: Sexo con Maduras Autor: Alma, Fuente: TodoRelatos
Me senté en el sofá de mi vecino, el profesor jubilado, con la excusa de que me ayudara con las matemáticas. A mis dieciocho años, aún luchaba con las ecuaciones más complejas, y él, con su paciencia infinita, siempre estaba dispuesto a echarme una mano. Su mujer, una mujer amable y ocupada, estaba en la cocina, preparando la cena. El aroma a ajo y tomate llenaba el aire, pero mi atención no estaba en la comida. Mi mente ya había comenzado a divagar hacia territorios más peligrosos. El profesor, un hombre maduro con canas en las sienes y una mirada que delataba años de experiencia, se sentó a mi lado. Sus manos, grandes y callosas, sostenían un lápiz mientras me explicaba cómo resolver una ecuación de segundo grado. Pero yo no estaba escuchando. Mi mirada se desviaba constantemente hacia su cuello, hacia el botón superior de su camisa que estaba desabrochado, revelando un atisbo de vello gris. El morbo de estar tan cerca de él, con su mujer a solo unos metros, me excitaba de una manera que no podía ignorar. —Alma, ¿estás siguiendo? —preguntó, interrumpiendo mis pensamientos. —Sí, claro —mentí, forzando una sonrisa. —Es solo que... esta ecuación es un poco complicada. Él sonrió, una sonrisa cálida y comprensiva, y se inclinó hacia mí para señalar algo en mi cuaderno. Su aliento, con un leve olor a café, me rozó la mejilla, y sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Nuestros cuerpos estaban más cerca de lo necesario, y el calor que emanaba de él me envolvió como ...
... una manta. —Mira, aquí es donde te estás equivocando —dijo, su voz baja y suave. Pero yo ya no prestaba atención a las matemáticas. Mi mente estaba en otro lugar, imaginando sus manos no sobre un lápiz, sino sobre mi cuerpo. El riesgo de que su mujer nos descubriera solo aumentaba la tensión, el morbo de lo prohibido. Sin pensarlo dos veces, me incliné hacia él, mis labios rozando su oreja. —¿Y si dejamos las matemáticas para otro día? —susurré, mi aliento caliente en su cuello. Él se tensionó, su cuerpo rígiéndose al instante. Por un momento, pensé que me rechazaría, que me recordaría que era solo una estudiante y él un hombre casado. Pero entonces, su mano, la que sostenía el lápiz, se deslizó hasta mi muslo, y su pulgar comenzó a trazar círculos lentos sobre mi piel a través de la tela de mi falda. —Alma... —murmuró, su voz ronca y llena de deseo. —Esto está mal. —Lo sé —respondí, mi voz apenas un susurro. —Pero quiero hacerlo. No dijo nada más. En lugar de eso, se giró hacia mí, su boca capturando la mía en un beso voraz. Sus labios eran firmes, exigentes, y me perdí en la intensidad de su beso. Mis manos se deslizaron por su pecho, desabrochando los botones de su camisa uno por uno, revelando la piel pálida y velluda que tanto había deseado tocar. El sonido de cucharas contra ollas en la cocina era un recordatorio constante del riesgo que corríamos, pero en ese momento, no me importó. El morbo de ser descubiertos solo aumentaba mi excitación. Me ...