1. Reviviendo una historia


    Fecha: 29/11/2025, Categorías: Hetero Autor: suspense, Fuente: CuentoRelatos

    Es curioso lo que el subconsciente te hace recordar; una imagen, un sonido, una palabra que en principio no significaría nada, puede hacer que tu mente vuelva atrás, al pasado, como en el flashback de una película.
    
    Eso es precisamente lo que me ha pasado hoy mientras vagaba por un centro comercial, atiborrado de gente en busca de alguna ganga en rebajas. Pasaba por la sección de camisas de caballero como un fantasma, sin mirar siquiera la ropa, dejándome envolver por el bullicio y el ruido de la gente y de pronto he escuchado unas risas y unas palabras de una conversación que provenía de algún probador “… jaja… y a mí, ¡qué! ¡tengo abogado!… jaja…” y de pronto he vuelto al ayer, al ayer de hace 8 años….
    
    He vuelto a ser el joven recién licenciado que comenzaba a luchar en la vida, el joven que acompaña a su hermosa pareja a comprar unos pantalones.
    
    ―¿Que tal te quedan cielo?
    
    ―Pasa al probador y dime que te parece, por favor.
    
    ―Te quedan muy bien, estás muy guapa.
    
    ―¿Si? ¿No me marcan mucho las caderas?
    
    ―¡No seas tonta! ¡Para nada! Además, ¡me gustan tus caderas!
    
    ―¿A siiii? Ja, ja, ja, vaya, vaya —y pícaramente me abrazas por la cintura y me besas.
    
    ―Cuidado, van a vernos, jaja, ¡igual nos detienen por escándalo público!
    
    ―¡Y a mí, qué! ¡Tengo un buen abogado! ¿O no? Jajaja —dices mientras vuelves a besarme.
    
    Evidentemente la cosa no pasó a mayores, solo unos besos y unas caricias furtivas, lo justo para decidir que no nos apetecía seguir de ...
    ... compras sino que queríamos amarnos. Compramos los pantalones y salimos de la tienda como dos quinceañeros que acaban de descubrir el amor.
    
    Fuimos a mi casa de entonces, si es que puede llamársela casa, ¿la recuerdas? seguro que sí, aquél minúsculo estudio tan frío en invierno y tan caluroso en verano, pero a quién le importaba por aquellas fechas, éramos jóvenes y buscábamos independencia y libertad.
    
    Subíamos las interminables escaleras parándonos en cada rellano para besarnos y acariciarnos, también para escandalizar a alguno de nuestros vecinos, ¡eso te encantaba! Llegábamos a casa sudorosos de las escaleras pero también de nuestros arrumacos.
    
    ―Abre el Castillo —solías decir al llegar a la puerta.
    
    Una vez en casa yo solía llevar las compras a la cocina y a la habitación, mientras tú, remolona, te tumbabas sobre el raído y tremendamente cómodo sofá de nuestra sala de estar.
    
    Me acercaba a ti y te besaba, los labios, la nariz, los pómulos, el cuello y las orejas, y tú suspirabas o reías según las travesuras que hiciera.
    
    Mis manos acariciaban tus pechos, se metían entre tu camisa y acariciaban la sensible piel de la aureola de tus pezones. Los dos sudábamos y tú hacías aquellos ruiditos que yo solía llamar ronroneos de gata.
    
    Una de mis manos desabrochaba los botones de tu pantalón y mis dedos, como hormigas se desplazaban lentamente hacia tu entrepierna. Me gustaba acariciarte con lentitud, con parsimonia, primero muy suavemente sobre tus braguitas, sintiendo a ...
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