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Antonio el camionero y su hija Valeria (II)
Fecha: 14/12/2025, Categorías: Incesto Autor: AntonioSPA, Fuente: TodoRelatos
La mañana siguiente, el salón de Antonio era un campo de batalla post-guerra sexual. El sofá desvencijado, testigo mudo de la debacle, parecía gemir bajo el peso de su historia reciente. Antonio, un gigante vencido, amaneció sobre él, inmovilizado por una lumbalgia renovada y brutal. Su cuerpo le dolía como si lo hubiera arrollado su propio tráiler, pero la resaca de placer y la imagen de su nieta "cabalgándolo" mientras follaba a Valeria, le arrancaban una sonrisa pícara a pesar de las maldiciones que murmuraba. Valeria, por su parte, había pasado la noche en vela. Su coño, dolorido y aún impregnado por la magnitud de Antonio, era un recordatorio constante de la vorágine de la noche anterior. Su mente era un torbellino de vergüenza, asco, culpabilidad y, para su propia sorpresa, una punzada de un deseo que no se atrevía a nombrar. Dejó a su hija con una amiga, inventando una excusa sobre una "emergencia familiar", y el camino de vuelta a la casa de Antonio fue una batalla interna. La necesidad de asegurarse de que estaba "bien" —o de asegurarse de que no se metiera en más líos— la empujó a regresar. La casa era un desastre aún mayor que la noche anterior. Platos con restos de comida, ropa tirada y un aire denso que olía a sexo rancio y aliento etílico. Antonio, con el ceño fruncido en una mueca de dolor, soltaba gruñidos y maldiciones desde el sofá. —¡Valeria, coño, ya era hora! ¡Me he roto en dos! —bramó, intentando incorporarse sin éxito. Valeria lo miró con ...
... una ceja arqueada, su sonrisa irónica teñida de una calculada condescendencia. Llevaba unos pantalones ajustados que realzaban sus piernas y una blusa de seda que acentuaba sus pechos, una elección deliberada para la ocasión. —¿Y qué esperabas, papá? A tu edad y con las salvajadas que haces… ¿Necesitas un pañal y una enfermera a tiempo completo? —dijo, la burla apenas velada en su voz. Antonio bufó, pero no pudo evitar que un gemido de dolor se le escapara al intentar moverse. —Tengo la espalda hecha una mierda, ¿sabes? Ni me puedo levantar para mear. ¡Anda, déjate de recochineos y tráeme la pomada! Valeria se dirigió a la cocina, regresando con el botiquín. Lo encontró abierto sobre la encimera, un testimonio de la noche anterior. Sacó entonces un tubo de pomada antiinflamatoria y se acercó al sofá. Antonio la miró con ojos suplicantes. —Venga, desabróchate la bata, que te voy a "curar" —dijo Valeria, la palabra "curar" cargada de un doble sentido que sólo Antonio podía captar. El camionero de baja, con un quejido largo y teatral, se llevó la mano a la cintura y empezó a desabrocharse la bata a regañadientes, como si cada movimiento le costara el alma. Debajo no estaba desnudo del todo: llevaba unos calzoncillos blancos, algo dados de sí, marcados por el uso y pegados a su piel por el calor. El bulto era evidente, imponente incluso con su pene en reposo, y sobresalía con naturalidad entre sus muslos abiertos, sin el menor pudor. Tras quitarse la bata, se ...